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Jaque mate, rey 2...

En la partida que se desarrolla en el tablero del mundo, EE.UU. ha dejado de ser una hiperpotencia para pasar a ser la primera potencia, pero una que está comenzando a ser desafiada, en lo comercial por China y en lo militar por Rusia

30 de marzo, 2018 - 10:37

Un rey, una dama –también conocida popularmente como reina–, dos alfiles, dos caballos, dos torres y ocho peones sobre un tablero, con solo 64 casilleros blancos y negros. Se llama ajedrez y es tan complejo que sus combinaciones exceden el número de átomos en el universo.

Los rusos se han destacado, siempre, en este juego ciencia. De hecho, entre 1937 y 1971 monopolizaron el campeonato del mundo, hasta que en 1972, año en que los presidentes Nixon y Brézhnev firmaron el Tratado sobre Misiles Antibalísticos, Bobby Fischer le otorgó a los EE.UU. su primer título derrotando al soviético Boris Spassky en Reikiavik. 

La historia dice que el ajedrez fue un invento de un marajá indio para aprender táctica y estrategia de guerra, y que posteriormente fue llevado a Constantinopla, capital del Imperio Bizantino, la segunda Roma, por los varegos rusos.

Dicen que Vladimir Putin, como morador de la tercera Roma, Moscú, y como presume de ser un buen ruso, ama a este juego. De hecho, le quiere devolver a Rusia la corona perdida en el 2016 mediante el apoyo al joven maestro local Serguéi Kariakin, que en abril disputará el campeonato mundial contra el noruego Sven Magnus en Carlsen, quien la ostenta actualmente. 

Pero no estamos aquí para hablar de este interesante juego, sino de otro. Uno igualmente complejo, pero potencialmente mortal, al que algunos ya nombran como la Tercera Guerra Mundial. 

Me refiero a la actual crisis que tiene lugar entre las principales potencias a raíz del intento de asesinato de un exespía ruso en territorio de la Gran Bretaña, y por el cual se han cruzado sanciones, amenazas y hasta la posibilidad de un boicot a la próxima Copa del Mundo.

Concretamente, la partida se desarrolla en el tablero del mundo, uno en el cual los EE.UU. han dejado de ser una hiperpotencia para pasar a ser la primera potencia, pero una que está comenzando a ser desafiada, en lo comercial, por China, y en lo militar, por Rusia.

Un ajedrez real en el que hay una reina, la de Gran Bretaña, quien ya grabó un mensaje radial para la ocasión, ‘just in case’. Donde también hay alfiles, como Francia –que lo ve todo de costado–, caballos como Corea de Norte que pueden saltar al ruedo en cualquier momento, torres como los EE.UU. que atacan de frente, y hasta un rey como el Papa, que no tiene divisiones blindadas y que por eso mueve un solo casillero por vez. 

Por supuesto que todas las piezas están por partida doble: las hay negras y las hay blancas. 

En esta partida, Putin –hasta el momento– viene jugando con las blancas, que son las que se mueven primero. Eso implica que tiene la iniciativa y que prepara sus jugadas con la antelación de un maestro.

Al respecto, sabe que hay tres formas de ganar una partida: 

1. Comiéndose las piezas del adversario: es la forma más simple y directa.

2. Mediante un ataque directo contra el rey: funciona si se actúa en forma rápida y muy enérgica.

3. O conseguir ventajas posicionales mediante la maniobra coordinada contra las piezas del enemigo, debilitando la posición del rey contrario, para ir dejándolo con movilidad limitada. Para luego pasar a las estrategias 1 ó 2 y ganar la partida por jaque mate.

A mi parecer, Putin está empleando la denominada ‘aproximación indirecta’, señalada como la número 3 en el párrafo anterior. Sus jugadas preparatorias que empezaron allá a lo lejos y hace tiempo, solo por mencionar a dos de las más notorias. Por ejemplo, podemos citar a su hoy conocida intervención en las elecciones de los EE.UU. para que ganara su ‘amigo’ Donald Trump y no la peligrosa Hillary Clinton.

Y su puesta en escena de su sistema de superarmas que no pueden ser detenidas por el escudo antimisiles de sus enemigos.

¿Cómo sigue la partida? No lo sabemos. Solo podemos recordar lo que hizo en Ucrania para ocupar la Península de Crimea. Allí jugó con todas las piezas, las grandes, las chicas, las legales y las ilegales.

También hay que agregar que en toda partida de ajedrez hay un reloj sobre la mesa que pone un tiempo máximo a la decisión previa a cada jugada, lo que nos dice que uno de los contendientes que pueda pensar y jugar más rápido tendrá las mejores posibilidades de ganar la partida.

Y nosotros, los argentinos, ¿qué papel jugamos en esta partida?

Bueno, se podría decir que estamos casi fuera del tablero de juego. Lo cual es muy bueno, ya que esta vez, si hubiera una confrontación, ésta sería de características apocalípticas. Pues, muy bien podría haber intercambios de cabezas nucleares, con el lógico resultado de un mundo ecológicamente devastado.

Lo que nos lleva a nuestro posible rol en la posguerra. Al respecto, sería conveniente que nuestra dirigencia no olvidara que, si bien estamos lejos, tenemos agua y tenemos comida en un mundo que muy bien pronto puede llegar a necesitar ambas cosas. Sin mencionar un amplio espacio vacío limpio del posible invierno nuclear. 

En este último sentido y, volviendo al juego ciencia, no hay que olvidar que una de sus reglas casi relegadas es que un peón que llegue a la línea contraria se transforma en reina, la más poderosa de las piezas.

Igualmente podría sucederles a los ‘peones’ de la América del Sur. Me refiero a la Argentina, a Brasil y a Chile. Especialmente, si aprenden –de una vez por todas– a jugar juntos sus respectivas partidas.

Emilio Magnaghi es Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana. Autor de El momento es ahora y El ABC de la Defensa Nacional.