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Aborto: el verdadero pecado es ignorarlo

25 de febrero, 2018 - 20:15

Dentro de los parámetros de lo que llamamos en lenguaje llano “salud mental normal”, ninguna mujer puede pasar por la experiencia de un aborto sin sufrir un trauma psicológico muy difícil de remontar. Incluso aquellas mujeres que sobreactúan su reclamo con actitudes violentas contra la Iglesia Católica u otras instituciones anti-aborto, es muy difícil que vayan con absoluta indiferencia a practicarse la interrupción voluntaria de la gestación.

Dicho esto, podríamos asegurar que nadie puede estar “a favor del aborto” por contraposición a los que están “a favor de la vida” por el solo hecho de que ser dueño del cuerpo signifique estar contra la “las leyes de Dios o de la naturaleza”.

Casi toda la discusión se centra en definir científicamente cuándo comienza la vida de un ser humano individual por lo cual interrumpir ese proceso constituye un homicidio. Puesto que desde el instante de la unión de los gametos femeninos y masculinos se inicia una potencialidad que por diversas circunstancias pude llegar a buen fin o no. Aquí el teme entra en las esferas de la comprobación científica, el derecho y las convicciones filosóficas o religiosas.

Para la legislación interna y gran parte de la internacional, la persona humana inicia su existencia en el momento de la concepción y por lo tanto adquiere derechos que serán protegidos por el orden jurídico, pero éstos se podrán ejercer concretamente a partir del nacimiento del individuo, pues si nace sin vida es como si esa persona jamás hubiera existido.

En tanto que para los que consideran el tema desde la visión religiosa o filosófica, en ese corpúsculo surgido de la unión de óvulo y espermatozoide, ya reside un alma individual creada por Dios o por alguna otra cosmovisión religiosa, y por lo tanto impedirle su desarrollo constituye un pecado gravísimo. Y como la percepción religiosa del tema no admite debate, las posiciones que genera son totalmente irreductibles.

Lo que ahora se va a analizar y discutir en la Argentina es, primero, si se va a seguir persiguiendo y sancionando a las miles de mujeres que anualmente recurren al aborto por diferentes motivos, algo que no va a dejar de ocurrir. Pues, al parecer las necesidades socioeconómicas extremas, la “vergüenza social” de tener un hijo en circunstancias irregulares u otros motivos, son más fuertes que los sentimientos de culpa por la falta cometida, o el temor al castigo penal.

Por lo pronto hay que tener en claro que el primer punto que se va a discutir la no persecución penal de mujeres y profesionales que decidan intervenir en una práctica abortiva. Seguramente de continuo se deberá tratar si el Estado debe proporcionar gratuitamente médicos e instalaciones para quienes no puedan pagar un aborto en condiciones seguras, y además respetar las convicciones personales de los médicos que no quieran hacerlo.

Visto así este es un tema de salud pública ya que, según estadísticas difíciles de corroborar, pero con alto porcentaje de verosimilitud, son muchas las muertes maternas que ocurren a raíz de los abortos clandestinos a los que recurren mayormente las mujeres más pobres.

Lo que deberá comprenderse que marchar hacia la despenalización, luego a que el Estado provea condiciones para realizarlo gratuitamente en condiciones seguras y después legalizarlo, son distintos pasos. En cada uno de ellos se requieren circunstancias especiales para admitirlo, puesto que la práctica de un aborto en ejercicio de la libre opción de tener o no un hijo es aún difícil de comprender y aceptar abiertamente por la sociedad.

Sin duda que el argumento que esgrimirán desde posiciones contrarias a esta legislación, es que se debe hacer más hincapié en la educación sexual para prevenir, elegir y decidir en qué condiciones se enfrenta una gestación, esta también es una vía que siempre se tuvo que tener en cuenta. Pero la Iglesia y los sectores más conservadores siempre hicieron gala de una enorme hipocresía y la impidieron o la frenaron.  

La discusión que se avecina mostrará muchas posiciones genuinas o interesadas, no nos relevará de los excesos verbales o de los otros, pero es preciso entender que estas cosas pasan en la realidad, aunque no les guste a muchos obispos y catequizadores, y el Estado tiene la obligación de dar soluciones integrales que tengan en cuenta las necesidades e intereses del conjunto de la sociedad.