Flores y un corso para recibir el Año Nuevo
El Año Nuevo era, para los mendocinos de fines del siglo XIX y principios del XX, un acontecimiento muy diferente al que hoy festejamos.
El brindis con champán o sidra, la pirotecnia, la música a todo volumen y los bailes hasta la madrugada son incorporaciones que hemos hecho recién en las primeras décadas del siglo XX. Pero en aquella ciudad de Mendoza de fines del siglo XIX, la medianoche del 31 de diciembre era muy tranquila... Durante muchos años, la gente esperó el primero de enero para festejar a lo grande.
Fiestas en la aldea mendocina
La Nochebuena y la Navidad eran sobrias. La gente concurría a comprar flores para obras de caridad en la plaza Cobos –hoy San Martín- desde las 21 hasta la medianoche y los fieles colmaban el templo de San Francisco para celebrar la "misa de gallo”. Luego cada uno marchaba a descansar a su casa. Los días subsiguientes hasta Año Nuevo, las damas de la alta sociedad se dedicaban a la organización de un espectáculo consuetudinario: “El corso de flores de fin de año”.
Uno de los puntales de aquel evento eran las damas de beneficencia de Mendoza, institución que era presidida por la distinguida señora Villanueva.
Un mes antes de Año Nuevo estas señoras se encargaban de hablar con el intendente municipal para solicitar el permiso para realizar el corso. También el funcionario público colaboraba con la habilitación de los carruajes que tenían que circular en el particular recorrido.
Luego, las damas iniciaban una colecta de dinero entre todas sus asociadas. Se recaudaban importantes sumas que se destinaban a la compra de flores y el alquiler de los carruajes.
Pero aquí no terminaban las gestiones; las damas solicitaban la colaboración de la Banda de la Compañía de Cazadores Nº 1 del Ejército Argentino y además comprometían la asistencia del gobernador y de las demás autoridades provinciales y municipales.
El día 31 de diciembre por la tarde, las señoras comenzaban, en diferentes lugares, la ardua tarea de decorar con las flores los carruajes, que en su mayoría eran descapotados y estaban pintados de color negro.
Los arreglos florales eran, en realidad, imponentes obras de arte: claveles, rosas y orquídeas reflejaban la opulencia y el buen gusto de aquel tiempo, en contraste con la miseria que soportaba gran cantidad de mendocinos que trabajaban para apenas subsistir.
También en la mañana, varios empleados del municipio construían, en la calle Sarmiento, entre San Martín y 9 de Julio, un palco de madera en donde se acodarían las autoridades y demás vecinos distinguidos. Estaba decorado también con flores, pero éstas se ponían en la mañana del 1 de enero para que el calor no las marchitaran.
Finalizada la decoración de esa centena de carrozas, la mayoría cenaba y esperaba que se hiciera medianoche para recibir el nuevo año en paz. Una hora después todos se preparaban para el descanso.
El corso del nuevo año
Para la mayoría de los mendocinos el 1 de enero era feriado, así que al finalizar la tarde, familias enteras concurría al “Corso de flores”.
Por la tarde, el calor del verano hacía que las flores comenzaran a marchitarse, a pesar de que muchas damas trabajaban arduamente para mantenerlas frescas.
A las nueve de la noche, con el ocaso del sol, los carruajes iniciaban su recorrido. También la Banda de Música del Ejército Argentino ofrecía partituras clásicas. Miles de personas formaban filas en las veredas de las calles Sarmiento, San Martín, hasta la Las Heras, y desde allí hacia 9 de Julio, en donde finalizaba el desfile.
Ya en el palco, el gobernador y su comitiva, acompañados también por las damas de la sociedad –vestidos todos de etiqueta– esperaban la partida de los carros adornados. La gente, al pasar aquellos “mateos” –como muchos los llamaban- aplaudían, otros, en cambio, miraban con admiración en silencio.
A las 23, el corso llegaba a su fin y todos se iban a dormir porque había que comenzar el año nuevo trabajando.