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El año que viviremos en peligro

La paupérrima gestión económica abre las puertas a los fantasmas del pasado, y ahí vale la pena detenerse en lo poco que ha expresado hasta el presente la abogada exitosa. Mientras el peronismo trata de mostrarse amigable, conciliatorio en algunos casos, pero siempre desesperado por recuperar su razón de ser, que es el poder, los dichos de ella abren una caverna sombría.

31 de diciembre, 2018 - 08:34

En tiempos de balances, evitar el lugar común y caer en la futurología entraña riesgos, pero bien vale el intento si se pueden señalar algunas cosas que no aparecen demasiado en la palestra pero suman un signo de interrogación grande como toda la Argentina. Es que los desaciertos a repetición del gobierno van reconfigurando un escenario que de promisorio no tiene nada.

Quienes pensamos al gobierno de Macri como una transición hacia mejores proyectos en cuanto a un país democrático, a que nacieran nuevas alternativas políticas que permitan dejar definitivamente atrás el populismo y su nefasta herencia, y aparecieran expresiones de nuevo cuño, ya sea desde el ala liberal, como algunos aspiran, o hacia proyectos de signo socialdemócrata, a los que otros adherimos, no podemos ver menos que una inocultable frustración.

La paupérrima gestión económica abre las puertas a los fantasmas del pasado, y ahí vale la pena detenerse en lo poco que ha expresado hasta el presente la abogada exitosa. Mientras el peronismo trata de mostrarse amigable, conciliatorio en algunos casos, pero siempre desesperado por recuperar su razón de ser, que es el poder, los dichos de ella abren una caverna sombría.

Repasemos su discurso en Ferrocarril Oeste en ocasión de la contracumbre, que tuvo lugar días antes de las reuniones del G20, para tomar cabal conciencia de lo que se trata. 

“Cuando uno llega al gobierno, si tuviera que representar lo que significa el Poder Legislativo y el Poder Ejecutivo, que es lo que se somete a elecciones, cada dos años o cada cuatro, podemos decir que eso representa un 20 o un 30% del poder. El otro 70 u 80% del poder está afuera, en organizaciones, en organismos, en sociedades, en medios de comunicación, cosas que no están reguladas en ninguna Constitución ni en ninguna ley", expresó.

Y agregó que "por eso es imprescindible darse una nueva arquitectura institucional que refleje la nueva estructura de poder”.

Para los inocentes, o los falsamente progresistas, eso puede sonar a música para sus oídos. Para los que contamos algunos años analizando la política, es la más latente amenaza de construir un fascismo siglo XXI, sobre todo teniendo en cuenta los personajes en cuestión.

El cristinismo ha dado a entender que va por una reforma constitucional, y en ella pretende poner en caja a un actor que, fundamentalmente, considera como el responsable de su derrota, que son los medios de comunicación.

La receta venezolana es el camino elegido, si tenemos en cuenta lo expresado por algunos de sus portavoces, cuya ala dura habla de expropiar y los más moderados de “controlar”. No pudieron hacerlo en la década ganada, pero el afán de revancha es violento.

“Encuadrar” –tal el verbo elegido– a los medios y a los movimientos sociales (estos últimos ya prácticamente lo están en su mayoría, a juzgar por sus nuevos líderes como Juan Grabois) no es otra cosa que reconstruir la arquitectura del corporativismo, cuya traducción política se llama fascismo.

Cuando el Gobierno elige el camino de polarizar con ella, como escenario electoral predilecto, no está jugando cartas a favor de la democracia. Peor aún, está arriesgando el futuro de todos nosotros. Claro está que un regreso significaría dar lugar a una aspiración revanchista que ha sido dicha varias veces, unas con elegancia y otras con virulencia.

Imaginar persecuciones no es descabellado, e imaginarle un paraguas legal a esa política es literalmente una pesadilla.

Para algunos, la candidatura de la arquitecta egipcia significa cándidamente la posibilidad de tener unos mangos más en el bolsillo, o recuperar una verba inflamada pero ficticia. Hay quienes, con un anacronismo patético siguen comprando el verso de la patria grande y blablablá, sin mirar que está pasando alrededor, quiénes progresan y quiénes no, ni cómo lo hacen.

Para otros es hipotecar el futuro de esta débil democracia, por lo menos por varias décadas más, y quedarnos en el carro del atraso, del aislamiento, de la compra de voluntades por dádivas, de la cristalización del pobrismo del que hablamos en la columna anterior (https://www.ciudadanodiario.com.ar/nota/2018-12-23-17-25-1-pobrismo-el-nuevo-viejo-cancer-de-la-politica-argentina).

El voto sirve para castigar, pero también para construir. No se sabe qué haremos frente al peligro.