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Argentina, un país sin esqueleto

Ya es tiempo de que volvamos a dotar a nuestro país de un armazón que sostenga y no solo proteja los órganos internos. También necesitamos uno que sostenga su desarrollo y este no puede ser otro que nuestras Fuerzas Armadas

28 de diciembre, 2018 - 07:45

En la cultura occidental, el esqueleto se ve a menudo como símbolo de miedo, de la muerte y lo paranormal. Es un motivo popular en la fiesta de Halloween, así como en el Día de los Muertos.

Sin embargo, la biología nos enseña sobre su importancia vital. El esqueleto es el sistema que proporciona el soporte, el apoyo y la protección a los tejidos blandos y a los músculos en los organismos vivos. Los hay de varios tipos, siendo los principales los esqueletos internos y los externos.

Los sistemas externos soportan –proporcionalmente– menos peso que los endoesqueletos del mismo tamaño y por esta razón los animales más grandes –como los mamíferos– tienen sistemas esqueléticos internos, mientras que los más pequeños, como los insectos, un exoesqueleto en forma de un caparazón. 

Las naciones, como todo ser vivo, también evolucionan, de lo simple a lo complejo, de la tribu al imperio, pasando por el Estado Nación y vuelta.

Cuando nacen son meras agrupaciones de clanes basados en una lealtad de sangre, son la tribus. Su pequeño tamaño no permite una gran especialización. En pocas palabras, todos sus varones en edad militar son eso, soldados prestos a defender a todos los integrantes de su tribu.

Pero cuando alcanzan la madurez política de la polis, de la ciudad-estado, se ven obligados diferenciar roles entre sus integrantes masculinos, ya que sus mujeres siguen en la ardua tarea de traer herederos a sus familias.

Así tenemos a los artesanos y a los agricultores que proveen los alimentos y los utensilios, los médicos-chamanes que curan, los filósofos y pedagogos que educan, los artistas que entretienen y los soldados que defienden a la ciudad de sus amenazas.

Mutatis mutandi, la evolución de las organizaciones humanas no ha hecho más que reforzar esta tendencia a la especialización y a la complejidad. Hoy no pretendemos que un médico-chamán nos cure de todos nuestros males, ya que tenemos traumatólogos especializados solo en sanar rodillas.

Igualmente, la tarea de la defensa se ha ido especializando y haciendo cada día más compleja, así como casi ninguno de nosotros permitiría que su rodilla maltrecha sea ‘reparada’ por alguien sin estudios y sin experiencia sobre la materia, tampoco deberíamos aceptar la improvisación en el campo de la Defensa. 

Ya hemos alcanzado el punto en el cual, como decía Clemenceau, no le podemos dejar nuestra Defensa solo a los militares. Para eso existe lo que se denomina “control civil sobre las FF.AA.” y su lógico correlato de “civiles formados para la Defensa”.

Es la conducción política del Estado en la figura constitucional del Comandante en Jefe de las FF.AA., a través de su Ministerio de Defensa, la que le tiene que decir a los militares cuáles son los enemigos de la República y qué hacer con cada uno de ellos.

No podemos seguir cayendo en el simplismo suicida de sostener que “no tenemos hipótesis de conflicto”, porque simplemente todo Estado las tiene, lo que no implica dejar de ser uno pacífico y ajustado a la normas del derecho internacional.

Para empezar, no podemos negar la existencia de una potencia ocupante extracontinental (la Gran Bretaña) en un territorio que nuestra Constitución Nacional reivindica como propio. Situación de por sí muy compleja y que dificulta el ejercicio de nuestra soberanía sobre sus territorios adyacentes –los que incluyen grandes recursos pesqueros–, incluidas nuestra proyección sobre la Antártida.

Para seguir, podríamos nombrar una serie de pequeños incidentes ocurridos recientemente en nuestras fronteras con Bolivia, con Paraguay y hasta con Chile.

Y para terminar, aunque no sea un tema de directa y exclusiva incumbencia de nuestras FF.AA., tenemos la amenaza latente del terrorismo y la nada latente del narcotráfico.

Por todo lo expresado, no se debe renunciar voluntariamente a disponer de alguna forma de las Fuerzas Armadas. Este punto se ve remarcado en nuestro caso particular argentino por presentar la octava superficie estatal del mundo, con el agravante de disponer de un poblamiento que, a la par de ser escaso, está pésimamente distribuido.

Nuestras FF.AA. presentan un estado calamitoso que en algunos servicios alcanzan niveles potencialmente catastróficos, como lo evidenció la pérdida del ARA San Juan. Todo ello por haber permitido un largo proceso de deterioro moral, psicológico y de sus capacidades militares.

Como para todas las cosas de la vida, siempre existe una causa y, en este caso, no es otra que los graves errores cometidos por los altos mandos militares, con un desastroso proceso militar devenido en sangrienta tiranía y en una gloriosa, pero infortunada guerra contra el invasor inglés.

Llegado a este punto creo que la desconfianza que vino después ha sido más que suficiente, ya que carece de todo sentido que la clase política y ciertas élites intelectuales sigan percibiendo a sus FF.AA. como un competidor y no como un colaborador.

No solo se ve justificada esta afirmación por la profunda transformación que han sufrido esas fuerzas, sino por la necesidad imperiosa de superar esta verdadera carencia institucional, para que ellas dejen de ser parte del problema para pasar a ser parte de la solución.

Especialmente ahora que parecemos sufrir del peligro de varias fracturas y grietas, son ellas el ejemplo a seguir y un instrumento útil para la reconstrucción nacional.

Respecto de lo primero, nos han dado una magnífica muestra de integración de la mujer con la trágica muerte de la teniente de navío María Krawczyk, oficial de operaciones del ARA San Juan. Y sobre lo segundo, podemos decir que les sobran capacidades ociosas, las que van desde fabricar vagones ferroviarios, aviones, buques hasta gestionar campañas de salud en zonas alejadas.

En pocos palabras, ya es tiempo de que volvamos a dotar a nuestro cuerpo de un esqueleto que lo sostenga, uno que no solo proteja sus órganos internos, también uno que sostenga su desarrollo y este no puede ser otro que nuestras Fuerzas Armadas. 

El Doctor Emilio Magnaghi es Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana. Autor de El momento es ahora y El ABC de la Defensa Nacional.