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Pasito para aquí, pasito para allá

05 de noviembre, 2018 - 07:19

La política argentina, en la semana que terminó, volvió a dejar pasos farsescos por donde se mire. La victoria de Bolsonaro en Brasil –contradiciendo una vez más los dichos del inefable Jorge Asís, que vaticinó su derrota- los puso a todos a bailar una música desacostumbrada, donde algunos se sienten más cómodos, otros no saben cómo moverse, y hay terceros que bailaron cómodamente afirmando la derecha en otros momentos, pero como la ocultaron tanto tiempo, ya no recuerdan como era el paso.

En un país donde los fascistas se dicen de izquierda, los de izquierda se comportan como fascistas, se llama derecha a los moderados y ya nadie sabe, en definitiva, quién es quién, haciendo honor al cambalache discepoliano, todos se corrieron un poquitito a estribor como si nada pasara. En algunos casos quedaron como caraduras, pero es algo que se olvida en minutos, total nadie está mirando.

Fue cómico, por ejemplo, verlo a Sergio Massa, el habitante de la ancha avenida del medio que parece, a esta altura, estar más inhóspita que la Nevski Prospekt de San Petersburgo en pleno invierno. Mientras sus fieles huyen para todos lados y su frente reciclador se vacía, el tigrense miró para la derecha, preguntó retóricamente “votante, tajaí”, y se despachó con un “Bolsonaro planteó una defensa de los brasileños”.

El que se sintió como pez en el agua fue el salteño Alfredo Olmedo. Si desde hace años cultiva un conservadurismo exacerbado, proponiendo mujeres en la casa criando sus hijos, servicio militar y demás anacronismos, los hechos recientes lo colocaron otra vez bajo las luces. Como en el mundo de la moda donde todo se recicla, y lo que hasta ayer era anticuado se vuelve última novedad, sus camperas amarillas volvieron a los sets de televisión y ya se imagina a sí mismo como el Bolsonaro Argentino, a quien definió como su guía. Hasta se hizo bendecir por los pastores evangélicos, donde luego de aparecer como en trance, terminaron con un blooper desopilante al derrumbarse la tarima que los sostenía.

El Gobierno también quiso subirse a la ola, y en este caso fue la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, quien agarró el Pequeño Bolsonaro Ilustrado y buscó en el índice algún tópico que le permitiera hacer pie en el andarivel derecho. Salió con una digna del Club del Rifle norteamericano, y colgando en su despacho la foto de Charlton Heston, defendió el armamentismo ciudadano sin importarle demasiado que Macri, otrora, escribiera en sus bases políticas que estaba en contra de los civiles armados.

Por el otro lado del peronismo los muchachos meten miedo. Si algunos se preocuparon por el candidato brasileño, imaginen sus caras al ver el reciente lanzamiento que se produjo en Muñiz, partido de San Miguel. Santiago Cúneo, quien ahora se dice periodista, echado recientemente de Crónica, se candidatea para gobernador de la Provincia de Buenos Aires, donde ya prometió que, de ganar, meterá presa a María Eugenia Vidal, demostrando un amplio conocimiento y respeto de la institucionalidad y división de poderes.

Pero ahí no termina la pesadilla, pues su candidato a presidente es nada menos que Guillermo Moreno, el patotero exsecretario de Comercio K que recibía empresarios con una 9 mm en el escritorio e irrumpía en asambleas societarias al grito de “acá no se vota, se hace lo que yo digo”. El espacio que los une se llama Pueblo Peronista.

Pero si miramos un poco para atrás, y recurrimos a eso que abandonamos en el desván como muchos políticos, y se llama memoria, en rigor no podemos asustarnos de nada. No hace tanto, en Buenos Aires, se eligió  gobernador a Carlos Ruckauf, cuya consigna fue meter bala a los delincuentes. Su final fue predecible: incendió la provincia, y para zafar, terminó incendiando el país.

En el mismo territorio, por el mismo partido, en este caso en Escobar, eligieron al comisario Patti. Otro peronista que llegó al poder distrital fue Aldo Rico, otra experiencia nefasta para los vecinos.

Desde otro origen llegó a la gobernación de Tucumán nada menos que el represor Antonio Domingo Bussi, quien prometiendo restaurar una provincia pacífica, logró otra desastrosa gestión.

Las ideas de Bolsonaro a algunos le pueden sonar nuevas, pero son viejas, muy viejas. Nosotros las conocemos, las hemos padecido, y en realidad son una amenaza horrible. Pero claro, aprender no es algo que cultivemos últimamente. Ojalá que sea la excepción.