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La geopolítica de las religiones en la Región

La prioridad en su pensamiento religioso del presidente electo de Brasil, Jair Bolsonaro, lo pone en sintonía con el evangelista del Norte, Donald Trump, y en cauta expectativa con nuestro primer mandatario, Mauricio Macri, ya que si algo tienen en común es su rechazo a lo políticamente correcto, que promueve, entre otras cosas, la igualdad de género

02 de noviembre, 2018 - 09:23

Hace unos 300 años, los monarcas absolutos que regían los destinos de Europa creyeron que con sus respectivas firmas en el tratado de paz de Westfalia le ponían fin a la injerencia de la religión en cuestiones de Estado.

Luego, la Revolución Francesa se encargó de formalizar y de difundir la misma idea. A pocos les importó que los cultos tradicionales fueran reemplazados por el de la diosa razón. La política, de allí en más, sería laica, secular y anticlerical.

Pero el mundo musulmán, que había vivido al margen del Iluminismo, nunca abandonó su fe por cuestiones políticas. Todo lo contrario, vieron en la prédica de Mahoma, su profeta, la perfecta arma política para combatir al Occidente que les faltaba, permanentemente, el respeto.

Lo que no calcularon los musulmanes es que la vuelta de su profeta, resucitaría a otros, los del Antiguo y los del Nuevo Testamento.

Primero fue el turno de los primeros, quienes –paradójicamente– se sirvieron del mito de sus profetas bíblicos para la fundación del Estado socialista de Israel. Pero pronto del secularismo agnóstico de los kibutz dio paso a las ocupaciones ilegales en nombre del mandato del Rey David. Para certificar el tema, su primer ministro, hace un par de meses, acaba de declarar al Judaísmo como la religión oficial del Estado de Israel.

Luego, tras la cruzada contra el terrorismo, vino el resurgimiento del Cristo de los cristianos evangélicos, no ya en su forma humilde del pastor de almas, sino en la de un rey dispuesto a mandar y a imponer sus ideas a punta de bayonetas. 

La idea, como era lógico, prendió fuerte en los EE.UU., donde las distintas versiones del cristianismo reformado habían colaborado en la formación de esa Nación nacida del puritanismo cuáquero de sus primeras 13 colonias. La semilla la puso el metodista George Bush hijo, para que los frutos los cosechara el presbiteriano Donald Trump.

Aquí, en el Sur, habíamos nacido con la impronta de la catolicidad de manga ancha traída por los conquistadores españoles y portugueses. Desde siempre, sus curas habían bautizado, casado y predicado la religión de Roma. También, y esto era una novedad respecto del Norte, habían impulsado una doctrina político-social contenida en sus encíclicas.

Fue en la década de los 50, cuando tres gobernantes sudamericanos intentarían su implementación práctica. Especialmente, Juan Perón con su Doctrina Justicialista en la Argentina y, en menor medida, Getulio Vargas, con su Estado Novo, en Brasil, y Carlos Ibáñez del Campo, con su desarrollismo, en Chile.

En los 60 y en los 70, esa misma Iglesia se vio enfrentada por el surgimiento de la nueva escuela de los Sacerdotes para el Tercer Mundo, una versión extrema y de tintes socialistas de su doctrina social. El experimento no solo fracasó, de paso llevó la violencia política a muchos países de la región, incluido –especialmente– el nuestro, a Brasil y Chile, los que tuvieron sendos golpes militares. 

Probablemente, como una respuesta a esa situación y a otras cuestiones más pedestres, una gran cantidad de fieles de la Iglesia católica migró hacia los locales bien iluminados y pulcros de los cultos evangélicos, en los que se predicaban cosas sencillas basadas en la ética protestante del dinero, del trabajo y de la prosperidad.

Particularmente, en Brasil la migración de fieles católicos hacia la iglesias evangélicas fue significativa. La Teología de la Liberación comenzó a ser reemplazada por la de la Teología de la Prosperidad y la “opción por los pobres” sustituida por el empoderamiento de los santos y buenos de corazón. 

Como era de esperarse, esta ola individual y comunitaria tendría su rebote político. Uno que ha llevado, a uno de sus cultores, nada más ni nada menos, que a la presidencia del primer país de la región.

“Brasil encima de todo y Dios por sobre todo” ha sido el lema de campaña de Jair Bolsonaro, hoy presidente electo del Brasil, y que no deja muchas dudas con respecto a las prioridades de su pensamiento.
Uno que lo coloca en inmediata sintonía con Donald Trump, el evangelista del Norte, y en cauta expectativa con nuestro presidente, Mauricio Macri y su Gobierno. Pues, si algo tienen en común ellos, es su rechazo a la agenda de lo políticamente correcto que promueve, entre otras cosas, la igualdad de género. 

Una política adoptada por Cambiemos a instancias de su asesor ecuatoriano, Jaime Durán Barba, una persona educada en el marco de la Teología de la Liberación en sus años juveniles en Mendoza. 

Otras coincidencias más serias, por ejemplo, favorecen su convergencia en temas económicos. Se sabe que el futuro ministro de economía de Bolsonaro es egresado de la conocida Universidad de Chicago, pero, más importante aún, es que ambos presidentes comparten una versión del capitalismo nacional en relación con sus respectivos desarrollos económicos.

Pero la principal convergencia, creemos, y es la que justifica el título de este artículo, es la que se dará entre ellos en el campo de la geopolítica, ya que como lo ha manifestado el presidente Trump en uno de sus tuits: “Está muy contento porque su par de Brasil está dispuesto a erradicar la influencia china del Brasil y, por qué no, de la región. Este es otro tema capital que nos separa, ya que esa influencia ha adquirido un presencia más que importante en nuestro país, donde tenemos hasta una base militar china. 

Como vemos, desde los tema banales como la agenda de género a los muy duros de las posibles alianzas estratégicas, las seguras coincidencias entre Washington DC y Brasilia dejarán a Buenos Aires en la incómoda situación de ser el tercero en discordia. Para colmo de males, si como ya ha sido anunciado, el primer viaje del futuro presidente brasileño es a Santiago de Chile, un viejo aliado del Palacio de Itamaraty cuando tuvo como objetivo reducir la influencia de Buenos Aires en la región, nos veríamos en una situación geopolíticamente complicada.

Ya lo sostuvo para la posteridad el parlamentario inglés Lord Palmerston: “Los países no tienen amigos, tienen intereses”. Es bueno que lo entendamos y que nos pongamos a defender los nuestros.

El Doctor Emilio Magnaghi es Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana. Autor de El momento es ahora y El ABC de la Defensa Nacional.