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El pacto

A la hora de los acuerdos, todos los que presuntamente se odiaban, estaban enfrentados, se tildaban de un lado a otro como traidores o vendepatrias, como panqueques o corruptos, se unieron bajo el mismo paraguas para quedarse con la mayoría en el Consejo de la Magistratura.

19 de noviembre, 2018 - 07:16

Según dicen, del amor al odio hay un paso. Poco se habla, en cambio, del camino inverso. Parece que del odio al amor se vuelve por interés, por codicia, en todo caso parece un camino innoble. Y claro, los innobles lo recorrieron otra vez, sotto voce, como suelen hacer, mientras la gilada se preocupa por el Superclásico del "mundo mundial".

El martes a la tardecita –18.30 según la agenda oficial-, bastante lejos de las cámaras y los micrófonos, en los señoriales recintos de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, los 13 consejeros del Consejo de la Magistratura jurarán solemnemente y quedará constituido un cuerpo donde el peronismo tendrá cinco representantes y la coalición gobernante solo tres.

¿Cómo se logró esto? A la hora de los acuerdos, todos los que presuntamente se odiaban, estaban enfrentados, se tildaban de un lado a otro como traidores o vendepatrias, como panqueques o corruptos, se unieron bajo el mismo paraguas. Desde el kirchnerismo duro y La Cámpora, pasando por el movimiento Evita con su nueva figura, Felipe Solá, aunado a los que acaba de abandonar, como las huestes del massismo, y todo el abanico variopinto, encontraron un rincón donde trabajar duro por la impunidad.

Desamparados por la falta de fuerza de los candidatos propios, saben que su única esperanza de volver al país está en Cristina, y ahí vuelven con el rabo entre las patas. Las dos figuras que jurarán el martes provenientes de ese acuerdo pintan de cuerpo entero los alcances del pacto: Wado de Pedro, camporista al cien por ciento, y Graciela Caamaño, massista que le propinó una tremenda bofetada en pleno recinto legislativo al ultra K Carlos Kunkel, ahora compartirán Consejo y convicciones.

Qué hay detrás del pacto, entonces, es la pregunta crucial. Y la respuesta no deja lugar a dudas: blindar judicialmente a Cristina Fernández y a todos los que aun consideran salvables de los procesos por corrupción durante la década ganada. Por supuesto que esos salvatajes incluyen a unos cuantos de los que regresan ahora al corral, luego de haberse ido airadamente, pero llegado el caso ocuparon cargos muy relevantes en la estructura de gobierno, como el propio Sergio Massa.

En la ley que lo constituyó, el Artículo 114 señala que “el Consejo de la Magistratura, regulado por una ley especial sancionada por la mayoría absoluta de la totalidad de los miembros de cada Cámara, tendrá a su cargo la selección de los magistrados y la administración del Poder Judicial.

El Consejo será integrado periódicamente de modo que se procure el equilibrio entre la representación de los órganos políticos resultante de la elección popular, de los jueces de todas las instancias y de los abogados de la matrícula federal. Será integrado, asimismo, por otras personas del ámbito académico y científico, en el número y la forma que indique la ley.

Serán sus atribuciones:

1. Seleccionar mediante concursos públicos los postulantes a las magistraturas inferiores.

2. Emitir propuestas en ternas vinculantes, para el nombramiento de los magistrados de los tribunales inferiores.

3. Administrar los recursos y ejecutar el presupuesto que la ley asigne a la administración de justicia.

4. Ejercer facultades disciplinarias sobre magistrados.

5. Decidir la apertura del procedimiento de remoción de magistrados, en su caso ordenar la suspensión, y formular la acusación correspondiente.

6. Dictar los reglamentos relacionados con la organización judicial y todos aquellos que sean necesarios para asegurar la independencia de los jueces y la eficaz prestación de los servicios de justicia”.

Si trabajosamente se pudo lograr que la Justicia avance sobre causas delicadas, que haya ex funcionarios y empresarios presos y procesados, tras los delitos confesos de aportar fondos truchos para campañas y también para el enriquecimiento sideral de los dirigentes, esos avances se vuelven ahora improbables. Ubicuos como son los habitantes de los tribunales, acostumbrados a dormir o despertar causas según los vientos políticos que corran, y muchos debiendo sus sitiales a padrinazgos de más de un procesado o involucrado, parece que la calma judicial finalmente alcanzará a los sospechados, para diluirse en el tiempo y quedar como las causas de Menem, olvidadas, vencidas, archivadas o prescriptas.

El martes, la jura quedará como un recuadro con alguna foto en las páginas pares de política de los diarios. Pero la impunidad habrá dado un paso más.