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Nos volveremos a ver

14 de noviembre, 2018 - 07:33

Faltan 11 días para que vuelvan a verse las caras River y Boca en el Monumental y se defina el campeón de la Copa Libertadores. En la ida, el resultado fue 2 a 2. La serie está abierta para cualquiera de los dos. Pero ¿Qué sensación dejó la primera final?

La celebración de Marcelo Gallardo en el balcón de la concentración en el Monumental cantando y festejando ante sus hinchas con euforia y alegría y casi al mismo tiempo la arenga de Carlos Tevez para obligar a sus compañeros a no bajar la cabeza, confirman que no se trató sólo de un empate. Las imágenes hablan por sí solas. Se observan dos contrastes: que River se fue más feliz que Boca con el resultado final. Uno con sabor a ‘decepción’, el otro con sabor a ‘victoria’.

La manera en la cual Tevez reaccionó frente a sus compañeros, al decirles “con la cabeza arriba, todavía no estamos muertos” remarca que en el seno del plantel no están conformes con el resultado de la primera final. Boca se fue con un sabor amargo, con gusto a poco por la jugada final que desperdició Benedetto. Pero también, porque estuvo dos veces en ventaja y por errores defensivos propios se lo empataron.

River se fue satisfecho. Jugó con autoridad como si fuera el patio de su casa y venció esa presión extra que es jugar en un territorio hostil como La Bombonera. El plantel millonario dejó el estadio conforme con su actuación sabiendo que lo pudo haber ganado sí Agustín Rossi no hubiera tenido un gran trabajo bajo los tres palos.

Siempre sorprende Marcelo Gallardo antes de cada partido importante. Esta vez no fue la excepción. Cuando pensábamos que iba a jugar con cuatro defensores, a último momento pegó el batacazo y puso de entrada a Lucas Martínez Quarta. Se paró con cinco en el fondo en el primer tiempo, un sistema que no fue ensayado durante la semana pasada en los entrenamientos.

Paró un equipo más conservador para jugar en La Bombonera. Sin embargo, paradojas de un fútbol mágico y fantástico, con ese planteo tuvo más situaciones de gol que su clásico rival. Porque la idea de Gallardo era muy clara: quedarse con tres centrales en el fondo y soltar a los laterales (Gonzalo Montiel y Milton Casco) para tener proyecciones por las bandas y ensanchar la cancha.

Además, con los tres centrales más Pratto, Borre y Palacios, tenía poder ofensivo en las pelotas paradas. Todo fue craneado por su entrenador que encontró el planteo para la ida de la final de la Libertadores.

Por su parte, el local tuvo chances para llevarse la victoria, pero la faltó la estocada final. Con la salida de Pavón por lesión, se acomodó mejor en la cancha. Pasó del 4-3-3 al 4-4-2 con dos delanteros como Wanchope Abila y Darío Benedetto que se movían y alternaban como si se conocieran desde hace mucho tiempo. Y fue la primera vez que jugaron juntos.

Boca estuvo dos veces en ventaja por las individualidades de sus delanteros, mientras que River lo empató a través de su juego colectivo, con la destacada actuación de Pratto y de la mano de Gonzalo “Pity” Martínez como generador de juego.

Los dos estuvieron a la altura de una tremenda final. Fue electrizante. Por momentos, vibrante. De ida y vuelta. Fue una fiesta en las tribunas en la previa con cánticos y globos azules y amarillos, pero luego el miedo y los nervios de los hinchas hicieron mella y enmudeció la mismísima Bombonera con la presencia de 55 mil personas.  

El primer choque dejó sensaciones diferentes. Pero sobre todas las cosas, dejó un partidazo sin interrupciones ni violencia, con poca fricción y con un buen arbitraje de Roberto Tobar. Una Organización comandada por la Conmebol que estuvo a la altura de las circunstancias y un partido con cuatro goles, un resultado atípico en finales de Copa Libertadores.

Los hinchas de Boca se fueron con un cierto aire de pesimismo, entendiendo que el partido lo pudo haber ganado su equipo y dejó pasar la posibilidad.

De cara a la revancha, mantengo la teoría que el local por definir en su cancha tiene ese plus extra que lo favorece. Por tener a su público a favor, porque está acostumbrado a jugar en su cancha y porque generalmente el local por tener esa condición toma la iniciativa del partido y se hace más fuerte. Se transforma en el máximo protagonista. Pero también, por su condición de local cuando vayan pasando los minutos y no encuentre los goles necesarios, el aliento de sus hinchas será contraproducente porque la presión será doble mientras que la visita se relajará aún más.

Ambas hinchadas saben que los choques entre estos dos grandes equipos se disputan de manera diferente. Cualquier cosa puede pasar en Nuñez: de ganar Boca en el Monumental no sería un batacazo porque ganó los dos últimos partidos, y de ganar River en su casa sería lo más natural. La serie está abierta.