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Bolsonaro imparable

06 de noviembre, 2018 - 12:45

Jair Bolsonaro se coronó nuevo presidente de Brasil tras un ballotage con predecible resultado.

Este ex militar logra con un 55,10% de votos ganar la presidencia de la cuarta democracia del mundo; mientras el progresista Haddad (PT), con un 44,90%, no logró achicar la ventaja. Con el 100% de los votos escrutados, finalizó una de las elecciones más violentas de la historia de la región.

El ultraderechista Jair Bolsonaro toma la conducción de nuestro vecino más importante. Un ex militar  de 63 años, nostálgico de la dictadura, dejó claro que quiere un Brasil diferente. Bolsonaro se ha dirigido a sus compatriotas por Facebook rezando con su familia, emitiendo un claro mensaje del tono que le imprimirá al país. Concluye una campaña marcada por la tensión, la desinformación en las redes sociales y, sobre todo, por las actitudes antidemocráticas.

El  candidato ultraconservador cosechó apoyos amplios en sectores de la población, incluso entre los votantes moderados mal llamados pensantes, con discursos desacreditadores de la clase política y promesas de mano dura. Por cargar con el peso de los casos de corrupción (lava jato), la realidad al heredero de Lula le pasó por arriba.  Es por eso que a Fernando Haddad no le alcanzó teniendo un gran respaldo de la dirigencia histórica del partido de los trabajadores.

El Brasil que viene 

Brasil trae varios interrogantes a la región. Esos interrogantes son agentes de incertidumbre para una región que ha vivido de coletazos ideológicos en las últimas décadas y la ha debilitado. Latinoamérica  desde hace tiempo presenta una realidad de columpio, yendo de un lado para el otro, a veces por cuestiones más vinculadas a lo de afuera y otras tantas, la mayoría aunque a veces cuesta asumirlo, por puras cuestiones endógenas.

Esta particularidad regional permite un status quo en la que los liderazgos se construyen y destruyen con cierta facilidad, apoyada por las debilidades institucionales que nos caracterizan. El chavismo, el kirchnerismo, los movimientos socialistas de Ecuador y Bolivia, como anteriormente los procesos neoliberales de los 90s, encuentran un momentum político que pareciera terminar, por imposición, con los clivajes, las grietas eternas; y sin embargo, encuentran la forma, por méritos propios, de colapsar.

Esta situación, no obstante, venia facilitada por una característica geopolítica en la que Brasil, líder regional indiscutido por peso específico (mayor población, tamaño, economía), no asumía su condición de hegemón y ejercía un liderazgo casi por inercia. Ese liderazgo tuvo momentos de gran altura con la presidencia de Ignacio Lula da Silva en la que Brasil levantó su perfil buscando mediar en el conflicto de Medio Oriente, propugnando el rol de la región al tratar de conseguir un asiento en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y estableciéndose con protagonismo dentro del BRICS.

La llegada de Bolsonaro al poder podría cambiar, desde la actitud, esa realidad.  Él ha defendido y publicitado una nostalgia de un Brasil imperial, todopoderoso. Con la región en pleno proceso de viraje hacia posiciones más conservadoras puede encontrar un cimiento sobre el que edificar sus pretensiones. Ello, en términos regionales, podría ser beneficioso sólo si manifiesta un deseo de autonomía respecto a los Estados Unidos. Pero claramente no será así. Bolsonaro ya manifestó su deseo de reconstruir la confianza con los Estados Unidos y este último se ha pronunciado fuertemente sobre el deseo de recomponer la región bajo sus propios términos alejándola de la influencia rusa y china.

Una de las claves de su presidencia será cómo afronta la situación con Venezuela. Luis de Orleans, diputado y posible canciller de Bolsonaro, manifestó que no debería descartarse una intervención militar. Sin embargo, Bolsonaro ya ha descartado esa opción. Por supuesto, en el contexto de una campaña política, las palabras de los candidatos y su entorno deben entenderse pensando en la capitalización de sus palabras en votos. Así ya lo han demostrado otros candidatos cuyo pragmatismo les permitió decir barbaridades para luego retraerse una vez establecidos en el poder. Trump es un claro ejemplo de ello. Pero todo parece indicar que Bolsonaro apostará a una estrategia en la que Brasil sea prioridad sobre cualquier otra cosa. Ello puede significar malas noticias para los esfuerzos regionales de apostar por la multilateralidad, recurrir a organismos como el Mercosur, para lidiar con sus estrategias económicas por ejemplo. Si Brasil se encierra en sí mismo comprometería las economías vecinas al reducir peligrosamente sus escalas. Pensemos que la Argentina tiene a Brasil como su principal socio comercial y cuando Brasil toma frío, nuestro país empieza a revolver el botiquín.

Otro gran interrogante es cómo lidiará Bolsonaro con sus bases de poder. El discurso radicalizado lo ha favorecido en campaña, pero una vez en la presidencia deberá manejar un gobierno en la que deberá conciliar múltiples demandas con una sociedad cada vez más dividida y los medios mayoritariamente en contra. Eso es un claro riesgo de gobernabilidad. A su favor, entre sus mecenas, está el ejército. La experiencia brasilera fue muy distinta a la nuestra y allí los Fuerzas Armadas siguen representando un actor político con cierta legitimidad. Dependerá de cómo se venda para afuera también su legitimidad. Y allí, la región, con algunos matices, por ahora decide acompañar. El futuro dirá si lo hace desde la tolerancia o desde la sumisión.