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Hombres de Dios

22 de octubre, 2018 - 07:25

La Argentina, de golpe, se muestra descarnada.

Se cayeron los ropajes y decorados que disimulan la realidad. Se vaciaron las palabras que, con hábiles circunloquios, trataban de mantener la apariencia, las formas de una democracia republicana, representativa, etcétera, etcétera, y la realidad quedó al desnudo.

Parados en la vereda que nos guste, o en el medio de la calle, vimos claramente quién es quién ("y a quién sirven cuando alzan las banderas", agregaría Joan Manuel Serrat).

Vemos circular a diario a los poderosos-poderosos –los dueños de la Argentina según algunos- haciendo cola ante los estrados judiciales, confesando, incriminando, reconociendo.

Apellidos que meten miedo con solo nombrarlos, como Rocca, Pescarmona y demás, suben las escalinatas de Comodoro Py como pollitos mojados.

Pero los poderosos-poderosos en serio le hacen pito catalán. O más fuerte aún, consiguen quién le hagan pito catalán por ellos. Un juez de la Nación, un Juez, Su Señoría, Usía, negó un pedido de prisión para Pablo Moyano. También descartó medidas probatorias importantísimas, como allanamientos, con la velocidad (y el miedo) de un rayo.

Si los poderosos-poderosos antes les temían a los popes sindicales, ahora los envidian. Se deben haber sentido chorlitos.

Esta semana conocimos nuevamente los límites de la Justicia. O, dicho de otro modo, los alcances de la impunidad.

Y si faltaba una frutilla para coronar el postre, apareció en escena el papa Francisco. Los Moyano dejaron en claro esta semana que si se sienten amenazados destruyen el país, y era necesario, en ese retrato del que hablamos al principio, donde los esqueletos del poder se ven desnudos, completar la foto de quienes se subieron al carro de la amenaza, o al acoplado para decirlo a tono con los camioneros.

Bueno, se subieron casi todos.

El lugar elegido fue nada menos que Luján. La explanada de la imponente basílica tuvo un montaje de vallas y escenario que remite, mirando viejas fotos, a la visita de Juan Pablo II allá por el ’82. Si faltaba algo a nivel simbólico, fueron las banderas.

No había ninguna sectorial, no había gremios, no estaban las pecheras verdes, solo banderas argentinas. Nosotros somos la Argentina, gritaron. No hay nada de patria fuera de nosotros, es el mensaje.

Cualquier lector de historia entiende que esto es Mussolini puro y duro (para más datos, y por si alguien no lo sabe, la estructura sindical se rige por casi la transcripción exacta de la Carta de Lavoro del Duce).

¿Dónde se ve esto claramente? En la implantación de la figura totalitaria de la personería gremial, en lugar de la simple personería jurídica de toda asociación libre y voluntaria. También en los aportes forzosos, por los que todos los trabajadores aportamos a un gremio aún sin estar afiliados.

Pablo y Hugo Moyano, Hugo Yasky, Daniel Scioli, Felipe Solá, Guillermo Moreno, el presidente del PJ Bonaerense, Gustavo Menéndez; Verónica Magario y Fernando Espinoza, intendente y ex de La Matanza respectivamente. Adolfo Pérez Esquivel, Roberto Baradel y los integrantes del Frente Sindical para el Modelo Nacional, como Sergio Palazzo, Ricardo Pignanelli, Walter Correa. Todos ocuparon la primera fila y se abrazaron efusivamente en el saludo de la paz.

Está clarito que los viejos odios quedaron de lado. Tal vez circunstancialmente, pero Moyano los unió, demostrando un poder imponente. Los hombres de sotana, en sus discursos, se alinearon claramente con el hombre que pidió derribar al Gobierno. Bergoglio debe haber mirado el acto con la sonrisa que reserva para recibir a sus prohijados.

El modelo, entonces, que vinculó claramente el poder sindical con la política, los negociados, las mafias (que llegan hasta las barras de fútbol y sus negocios anexos) sigue defendiendo su bastión con una potencia que lo hace intocable para la Justicia, y gana aliados incondicionales como la Iglesia, que les brinda estructura, voceros y fuerza simbólica en su resistencia.

Esta claro que la República languidece. En la pulseada, sigue perdiendo con las mafias.