|19/01/21 12:57 PM

¿Ira persistente? Qué es y cómo detectarla

Las personas que viven enojadas terminan impregnando todas sus relaciones de tensión y conflicto. Es muy frecuente que su irritabilidad esté acompañada de depresión

Por Redacción

19 de enero, 2021 - 12:57

Experimentás fastidio. Te da calor y podés sentir cierta pesadez en la cabeza. También es posible que experimentés tensión en la garganta y algo de opresión en el pecho. Es la rabia, que te asedia y a veces no sabés exactamente por qué.

Cuando la ira nace a partir de un estímulo concreto, como un acto ofensivo o una situación desagradable, es mucho más sencillo trazar una conducta a seguir. Tenés la alternativa de armar una bronca, digerir lo ocurrido y dejarlo pasar o manejar civilizadamente el asunto. 

Pero cuando la rabia no se dirige a algo o a alguien específicamente, sino que simplemente impregna de fastidio todo tu mundo emocional.

 

Qué es la ira

La ira, el enojo o el enfado es una reacción emocional que se produce cuando una persona considera que existe o se va a producir un resultado negativo para sus intereses, que se podría haber evitado si alguien los hubiera tenido en cuenta y hubiera actuado de otra forma.

Se trata de una respuesta emocional caracterizada por una activación fisiológica, motora o de tipo cardiovascular, acompañada por sentimientos de enfado y que aparece cuando no se consigue un objetivo o no se cubre una necesidad. Evidentemente está encaminada a mostrar nuestra disconformidad, a quejarnos. 

Incluye una serie de funciones de adaptación al medio, por un lado la organización y regulación de procesos internos tanto de nuestro cuerpo como de nuestra mente y por otro, la regulación y construcción de relaciones interpersonales y sociales.

 

Quiénes usan la ira en su beneficio

La intensidad de nuestro enfado es variable y nos induce a actuar. Puede aumentar si repasamos mentalmente el problema y puede llevarnos a expresar una queja, un aviso o una advertencia, con el fin de evitar futuros daños. Se trata de una reacción básica para la supervivencia, fundamentalmente, ante otros miembros de nuestro grupo social. 

Puede definirse como una emoción negativa que conlleva sentimientos de furia, rabia y que va acompañada de una respuesta fisiológica caracterizada por una activación extra del sistema nervioso simpático, del sistema endocrino, incremento de la activación muscular y de una respuesta motora que implica distintas formas de expresarnos y de conducirnos de manera agresiva.

Cuando experimentamos esta emoción hacia otra persona, cuando sentimos que se han violado nuestros intereses de manera intencionada o injustificada, una de las formas de afrontamiento que solemos elegir es la conducta hostil. 

Cuando nos enfadamos con una persona con la que convivimos, lo que pretendemos es que nos tengan en cuenta y mostrar nuestra desaprobación ante un comportamiento que no nos ha gustado, de cara a que el otro rectifique y cambie de conducta. 

La ira es usada por padres, educadores y jefes para conseguir que se cumplan las normas antes de que vengan los castigos. Sin embargo, no es conveniente abusar de este método, ni usarlo como un castigo.

Si se abusa de los enfados pueden suceder dos cosas:

  • Que el que se enfada sufra una activación fisiológica y un malestar emocional a los que es conveniente poner límites en intensidad, frecuencia y duración.
  • Que tras muchos avisos y ninguna consecuencia negativa adicional, el avisado entienda y aprenda que se puede restar importancia a esos avisos.

Habitualmente la ira se considera un concepto más básico que la hostilidad y la agresión. La primera implica la experiencia frecuente de sentimientos de ira pero tiene también otras connotaciones como el hecho de que la persona hostil tiene otras actitudes como la mezquindad, el rencor y conductas como la agresividad. 

Mientras que la ira hace referencia a sentimientos, los conceptos de hostilidad y agresión se utilizan para aludir a formas de actuar negativas y conductas destructivas y de castigo.

Como resumen, podemos marcar la siguiente distinción entre los tres términos:

La ira se refiere a un estado emocional caracterizado por sentimientos de enfado de intensidad variable, mientras que la hostilidad hace referencia a una actitud persistente de valoración negativa de y hacia los demás.

 

Un monstruo que termina devorando a su creador

Hay momentos en los que el enfado es realmente un factor que ordena, que pone límites y que evita males mayores. Una buena verdad, dicha a tiempo y ‘sin anestesia’, permite poner ‘los puntos sobre las íes’ y detener alguna circunstancia nociva.

Lo ideal sería que siempre tuviéramos el suficiente control para decir todo con exactitud y mesura. Pero esto no siempre es así, porque nuestro cerebro instintivo y emocional es mucho más antiguo que el racional y no podemos evitar que de manera excepcional tome el control. De hecho es bueno que a veces quienes nos rodean se den cuenta de que también tenemos nuestro carácter.

Pero en el caso de esa irritabilidad constante, en lugar de propiciar una situación saludable, lo que se puede desencadenar es una dinámica que termina atentando contra el propio bienestar del ‘enfadón’. Lo que quiere es orden, ‘corrección’, o como quiera llamársele. 

Pero lo que obtiene con sus gritos y sus reclamos desencajados es todo lo contrario: más desorden, más errores y menos soluciones.

Este tipo de personas terminan impregnando todas sus relaciones de tensión y conflicto. Más tarde o más temprano, siempre termina uno recibiendo aquello que da. 

Así que es muy probable que se convierta en víctima de su propio invento. Los demás se tornan más exigentes e intolerantes con él y permanecen predispuestos de manera negativa ante su presencia. Se vuelve alguien que fastidia, que constantemente es también puesto en tela de juicio, que no se soporta.

Es muy frecuente que esa irritabilidad constante esté acompañada de depresión y de ansiedad. Tristeza por la frustración que implica el sentirse impotente ante la imposibilidad de lograr que todo funcione como él desea.