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La incapacidad cultural frente a la violencia de género

La sociedad argentina necesita un debate profundo frente a la falta de acción por la Ley Micaela. 

25 de enero, 2021 - 09:10

Edgardo despertó a las 6 del lunes. En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires había sido difícil descansar durante la noche tras la ola de calor que había azotado la metrópoli durante el fin de semana.

Un estado de felicidad poco usual en él lo había obligado a incorporarse de su cama mientras tarareaba en voz baja una de los Stones. La que había logrado recordar después de su último sueño. No recordaba bien lo que había experimentado pero tenía la sensación de un chicle de menta en la boca y un consejo que le había dado un fisgón de alto cuño. 

Ya llevaba 25 días sin fumar y de a poco estaba dominando el impulso de caer en la tentación de pasar por el kiosko por un paquete de 10.

 

 

A las 7 en punto echó pie a tierra fuera del edificio luego de bajar desde el quinto piso hacia el trabajo. Sin embargo recordó que debía llevar unos documentos fotocopiados hasta tribunales por pedido de su jefe. 

Caminó unos 50 metros, dobló la esquina y al pasar por el café percibió un inconfunbible aroma a pan tostado. Pero no tenía tiempo para un desayuno rápido. Saludó al ingresar a la librería y se acercó hasta el mostrador para hablar con la empleada encargada de la fotocopiadora.

Apurado le preguntó a la joven: “¿Cuánto me cobras por los 2 lados?”. Evidentemente la mujer se sintió ofendida y debió llamar a su jefe para que lo disculpara porque no iba a poder llevar el encargo hasta el juzgado laboral donde debían reunirse a las 8.

 

 

Edgardo, ya lejos de su buen estado de felicidad, había tenido que llegar hasta la comisaría luego de haber sido objeto de un escándalo y una denuncia por acoso sexual.

El robusto comisario lo reprendió severamente pero lo dejó ir sin perjuicio alguno. No sin antes tomarle los datos y realizar el informe policial correspondiente.

Eran cerca de las 10 mientras iba regresando de la Comisaría Segunda, ya más tranquilo por la Avenida Corrientes, cuando se cruzó en su camino con dos señoritas que le preguntaron la hora. Edgardo, un poco confundido por lo que había sucedido les contestó casi sin pensar: “Tengo un cuarto para las dos…”.

 

 

Casi de inmediato Edgardo se vio nuevamente en la comisaría esperando que el jefe policial finalizara su almuerzo. A esa altura la suerte del denunciado se había transformado en una pesadilla y a las 3 de la tarde ya se encontraba despedido del trabajo que tanto le había costado conseguir.

Rápido de reflejos, buscó amparo en un amigo, dueño de una tienda de venta de indumentaria sport. Pensó que tan mal no le había ido y de algún modo se consoló pensando que el cambio le vendría bien. “Nuevas aventuras, con nuevos aires me esperan”, reflexionó.

A las 10 del martes fue que tuvo a su primera clienta quien le preguntó por el precio de una falda: “Cuesta 950 pesos”, le respondió. Y la clienta repreguntó: “¿Y esa bombacha rosa?”. A lo que le informó que el precio era de mil pesos. Y la mujer automáticamente descargó su enojo sobre él.

 

 

“¿Cómo la bombacha va a estar más cara que una falda?”, le espetó. Y Edgardo, ya con cierto grado de temor de perder el flamante empleo en el negocio de su amigo, le ofreció: “Si desea le subo la falda y le bajo la bombacha”.

Esa noche Edgardo decidió guarecerse en un restorán a dos cuadras de su casa ya que lo había invadido el miedo a que lo fuera a buscar un patrullero. “Mientras tanto, con el estómago lleno”, pensó, “podría pensar algo para mejorar la situación”, que estaba viviendo y que lo tenía abrumado.

Le  pidió a la moza un estofado de lengua con 2 huevos a caballo. Después recordó que no debía comer huevos por el colesterol. Cuando la dependiente le acercó el plato le dijo: “Sacame por favor los huevos y pasame la lengua”. Ahora Edgardo escribe sus memorias desde la penitenciaría de Batán.

 

 

La presente historia es un botón de muestra de lo que puede suceder frente a una sociedad mal formada en asuntos vinculados a la violencia de género y donde no solamente los funcionarios públicos se encuentran incapacitados para tomar decisiones frente a casos reales o infundados.

Esto no hace más que representar la imperiosa necesidad de que la sociedad en su conjunto se encuentra frente a la obligación de capacitarse en momentos en los que se debe aplicar la perspectiva de género al momento de analizar situaciones que, como las de Edgardo, merecen un profundo debate para evitar abusos de cualquier índole.

Un debate cultural en donde se deberá defender el empoderamiento que han sabido ganar las mujeres que históricamente han sufrido los embates del patriarcado y que además deberá atender la falta de juicio al momento de tomar nota de todo tipo de denuncia encuadrada en la Ley 26.485, de protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres en los ámbitos en que desarrollen sus relaciones interpersonales, no sin antes darse una vuelta por la Ley 27.499, de Capacitación Obligatoria en Género para todas las personas que integran los tres poderes del Estado.