|27/09/19 07:16 AM

Los drones vienen marchando

Las tecnologías están cada vez más disponibles para el hombre común y ya existen poderosas organizaciones no estatales, como las del narcotráfico y el terrorismo, que disponen de medios humanos y materiales para acceder a los avances, por lo que es hora moverse y no esperar sentados

04 de octubre, 2019 - 16:52

Desde tiempos inmemoriales, el arte de la guerra se ha resumido a dos acciones muy concretas: matar más lejos y matar más rápido. En un principio, estas terribles acciones solo se podían ejecutar cara a cara con el destinatario.

Luego, merced a la tecnología, fue posible “matar” todo lo que se podía ver. Bueno, estamos entrando al sórdido mundo de que se podrá “matar” aún lo que no estamos viendo.

Ya a los clásicos el uso del simple arco les planteó un problema moral. De hecho, solo la lanza corta y la espada eran consideradas como lo suficientemente nobles para ser portadas por un héroe. El arco quedaba reservado para los debiluchos como Paris o para Diana, la diosa cazadora.

Podemos decir que este prejuicio perduró con fuerza hasta la generalización del uso de las armas de fuego, algo que ni la ballesta ni el arco largo inglés habían logrado en sus respectivos momentos de gloria, pero sí lograron las armas impulsadas por la energía química que producía la deflagración de la pólvora negra.

Con la gran ventaja de que no solo podía ser usada en armas individuales, sino también en colectivas, como cañones, minas y cohetes.

Tan importantes fueron las modificaciones que introdujo en el denominado arte de la guerra, que no son pocos los politólogos que los colocan entre los cambios que llevaron al surgimiento de una nueva edad histórica: el Renacimiento.

Fundamentalmente porque fue posible, por un lado, que un guerrero de a pie derribara a un caballero en su costosa armadura a la distancia y, por el otro, que un rey demoliera las murallas de sus señores vasallos con sus nuevos cañones, imponiéndoles una autoridad que comenzaba a ser absoluta.

Mutatis mutanti, estos cambios eclosionaron en la Paz de Westfalia, hace unos trescientos años, con la conformación del Estado moderno como único monopolista del uso de la fuerza.

Si sobre el lomo los cañones reales de la época se podía leer  “ultima ratio reuma”, no era solo porque los monarcas absolutos se reservaban el derecho de tener la última palabra, ya que también expresaba que el alto costo de ese ingenio no estaba disponible para cualquier pelafustán.

El transcurso del tiempo y la sucesiva adición de nuevas tecnologías no hizo más que agrandar esta brecha.

Si –por ejemplo– un cañón de campaña era algo caro, unos miles de dólares a valores actuales, no es el caso de un misil balístico intercontinental.

Puesto en otros términos, a los cañones de campaña los podía comprar en cantidad cualquier presidente o dictador de un país de segundo orden; no así al segundo, ya que el costo del mismo –al margen del complejo sistema para producirlo y operarlo– es de varios billones de dólares.

El comienzo de otra era

Estas diferencias se comenzaron a marcar con las sucesivas revoluciones industriales, pero alcanzaron su pico durante la Segunda Guerra Mundial, cuando quedó claro que solo los países altamente industrializados podían poner grandes ejércitos en tierra, grandes armadas en los mares y poderosas flotas en el aire.

Probablemente la detonación de dos artefactos nucleares, transportados por modo aéreo, sobre dos ciudades japonesas marcó el pináculo y, paradójicamente, el fin de esta era. Ya que pese a su potencia devastadora y a que la temible bomba pronto dejó de ser el monopolio de una sola potencia, su empleo quedó confinado por su propia imposibilidad para obtener resultados políticos aceptables.

De hecho, ninguno de sus felices poseedores se atrevió a usarla nuevamente.

En forma paralela, diversos movimientos insurreccionales comenzaron a florecer a lo ancho de todas las regiones del mundo.

Pronto se hizo evidente que no solo podían amenazar, sino también derrotar a grandes potencias sobre el terreno, como quedó demostrado para los norteamericanos en Vietnam y para los soviéticos en Afganistán.

Claro, se nos dirá, que todo esto se logró con un inmenso costo de vidas por parte de los desafiantes. Es cierto, pero como veremos, esto está a punto de cambiar.

Tecnología al alcance de la mano

Si antes, por ejemplo, para destruir un blanco duro, desde un tanque hasta un acorazado, hacía falta el sacrificio heroico de varios guerreros irregulares, pero no es este el caso hoy, ya que así como lo explicamos, las primeras armas de guerra permitieron una terrible nivelación de habilidades de combate.

Esto último se puede lograr, para los diferentes actores de las relaciones internacionales, mediante un pequeño y barato enjambre de drones.

Sabemos que ya desde la Segunda Guerra Mundial existen ingenios voladores manejados a distancia. De hecho, el potente acorazado italiano Roma fue hundido mediante el uso de uno de ellos.

También sabemos que las grandes potencias, y las no tan grandes, los usan para abatir personas y blancos relativamente pequeños; es más, lo hemos visto todo por televisión.

Pero con lo revolucionario que esto es, no es el punto central de nuestro artículo. Lo es el hecho de que hoy esa capacidad –la de matar a la distancia– ha dejado de ser el monopolio de un Estado hecho y derecho. Como lo acabamos de ver con el reciente ataque a las destilerías de petróleo de Arabia Saudita a manos de un grupo insurgente yemenita.

Se nos podría contraargumentar que los ingenios que participaron de ese ataque –drones y misiles de crucero– les fueron provistos a los rebeldes por el Estado Islámico de Irán.

Es cierto. Pero nos preguntamos, teniendo en cuenta las características de su bajo costo, su fácil operación, sus grandes prestaciones, etcétera, de la que disfrutan los famosos drones, ¿cuánto falta para que estos grupos irregulares lo hagan por sí mismos y sin la necesidad de un Estado sponsor?

Creemos que la respuesta es poco tiempo, por los siguientes fundamentos:

Primero: Es un hecho que las tecnologías, aún las más sensibles, están cada día más disponibles para el hombre común.

-Segundo: Otro hecho es que ya existen poderosas organizaciones no estatales, como las del narcotráfico y del terrorismo que disponen tanto de los medios humanos como materiales de sobra para acceder al manejo de estas tecnologías.

Para terminar, basta decir que ya para la pasada cumbre del G-20 celebrada en Buenos Aires, fue necesario que nuestras Fuerzas de Seguridad adoptaran medidas de protección concretas contra estos ingenios.

Es más, sabemos que hubo necesidad de su empleo ante alguna amenaza menor por parte de los mismos.

Por lo tanto, si como decimos al principio, “los drones vienen marchando”, creemos que ha llegado la hora de no esperarlos sentados sin hacer nada.

Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana. Autor de El momento es ahora y El ABC de la Defensa Nacional.