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Fuerzas armadas: ¿gasto o inversión?

En medio de las restricciones presupuestarias, el Gobierno ordenó suspender, por este año, todas las compras de equipamiento militar, y el Ministerio de Defensa solo se limitará a adquirir material bélico para el operativo de seguridad de la cumbre de presidentes del G20 que se realizará en noviembre

21 de mayo, 2018 - 20:52

“El exceso de debilidad no es menos temible para la paz que el exceso de fuerza”. (Raymond Aron)

Estoy seguro que el lector que nos sigue conoce la famosa frase Si vis pacem, para bellum (“Si quieres la paz, prepara la guerra”) atribuida erróneamente a Julio César, pero en realidad es un dicho basado en el prefacio del libro III de su obra Epitoma rei militaris, escrita alrededor del año 390. Es decir, hace unos 17 siglos.

Probablemente, no haya pocos que argumenten que dada su antigüedad, la famosa sentencia ha perdido toda o parte de su vigencia. Podrían citar en su apoyo, por ejemplo, las creencias del conocido filósofo Emmanuel Kant en el sentido de que la humanidad se encaminaría hacia una paz universal. O, más cercanamente, podrían recordar al presidente norteamericano Woodrow Wilson, quien fuera el factotum de los acuerdos de paz de Versalles tras la Gran Guerra, que suponía que acabaría con todas ellas.

Tanto Kant como Wilson sostenían y predicaban que la guerra podía ser abolida, tal como las sociedades de su tiempo habían prohibido los duelos caballerescos. Para ello bastaría que la humanidad fuera tomando conciencia de la inutilidad de la guerra y adoptando sistemas políticos, como la democracia, en los que ella estuviera interdictada.

Lamentablemente, nada de eso ha sucedido ni tiene visos de poder suceder alguna vez. Por alguna razón que no comprendemos muy bien parecería ser que a los hombres les gusta pelear y a las mujeres les gustan los hombres que saben pelear.

Llegado a este punto, los Estados, que son hoy –si no los únicos– los principales libradores de guerra, parecen agruparse en dos extremos, aparentemente, opuestos.

Están, por un lado, aquellos que destinan lo máximo posible a sus presupuestos de Defensa y que la consideran como una inversión. Encabezados por los EE.UU., también destacan China, Rusia y, a nivel regional, Brasil, con presupuestos que pueden superar el 4% de su Producto Bruto Interno (PBI).

En el otro extremo, nos encontramos con aquellos países que solo quieren destinar lo mínimo necesario a su Defensa. Muchos de ellos son pequeños países como Costa Rica o Panamá, que carecen de Fuerzas Armadas, u otros no tanto, que lo consideran un gasto que limita a otros que deben tener mayor prioridad. No pocos países europeos adhieren a esta tendencia y destinan alrededor de un 1% a un 1,5% de sus arcas fiscales para mantener sus respectivos aparatos militares.

Pero, como lo dice un poeta local, “La guerra es un monstruo grande y pisa fuerte”. La supuesta tranquilidad traída por la globalización tras la caída del Muro de Berlín en 1989, fue sacudida por los avionazos del 11S en el 2001 y demolida por la creciente vigencia de los nacionalismos.

En función de ello, los modelos de defensa delegada, como sería el caso de los pequeños países que carecen de Fuerzas Armadas, o de aquellos que, aún poseyéndolas, confían en la fortaleza de un aliado mayor para garantizar su defensa, parecen destinados –al menos– a su revisión.

Tal es el caso europeo, que tras sucesivas declaraciones del presidente de los EE.UU., Donald Trump, en el sentido de que los europeos deberían contar menos con su apoyo, han comenzado a reforzar sus respectivas fuerzas militares.

Por otro lado, el auge de fuerzas no estatales como el terrorismo, en el hemisferio norte y del narcotráfico, en nuestro sur, vienen punzando la adquisición de capacidades militares conectadas con los conflictos de baja intensidad. Más baratos, en materia de equipamiento, que los necesarios para las guerras convencionales, pero muy demandantes desde el punto de vista humano.

Por todo ello, no podemos menos que expresar nuestra preocupación cuando nos enteramos por intermedio de un artículo periodístico que “en medio de las restricciones presupuestarias y el plan de recorte de gastos en toda la Administración Pública, el Gobierno ordenó suspender por este año todas las compras de equipamiento militar y el Ministerio de Defensa solo se limitará a adquirir material bélico para el operativo de seguridad de la cumbre de presidentes del G20 que se realizará en noviembre en Buenos Aires”.

“El plan de austeridad llegó a las puertas de las Fuerzas Armadas y se hará sentir”, admitió a Infobae un encumbrado funcionario de la Casa Rosada. De esta manera, confirmó que el presidente Mauricio Macri frenó todos los contratos y pagos de compra de material militar al exterior.

No vamos a discutir que la situación económica actual merece toda la atención por parte del Ejecutivo nacional; tampoco, en la necesidad de ejercer una buena administración. Pero bien vale la pena que nuestro Presidente, en su carácter constitucional, tenga en cuenta los siguientes factores a la hora de decidir:

1º) Nuestro presupuesto de Defensa es desde hace varias décadas, uno de los más bajos de la región, pues casi nunca ha superado el límite del 1% del PBI.

2º) Por otra parte, la masa de ese gasto se destina al pago de sueldos al personal militar y al civil que integran el Ministerio de Defensa. Por lo tanto, es mínimo lo que queda para el adiestramiento de las fuerzas y para la adquisición de equipo militar.

Todo ello, creo, nos coloca en una situación de extrema vulnerabilidad, pues al margen de poseer la octava superficie del mundo, con todas las implicancias geopolíticas que ello conlleva, acabamos de sufrir un verdadero Cromañón Militar con la pérdida de un submarino con toda su tripulación.

Si miramos hacia el futuro y sin entrar en consideraciones complejas, sabemos, por ejemplo, que dentro de pocos meses esas fuerzas, junto con otras, deberán garantizar la seguridad de los 20 jefes de Estado que vendrán a la conferencia del G-20.

De esta manera, una mirada de mayor alcance pondría sobre el horizonte cuestiones no resueltas para nuestra defensa y nuestra seguridad, tales como el control de nuestros espacios aéreos y marítimos.

Dos temas lo suficientemente importantes como para que nuestro Presidente reconsidere las medidas en curso.

El Doctor Emilio Luis Magnaghi es Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana. Autor de El momento es ahora y El ABC de la Defensa Nacional.