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Su hija está varada en Nueva Zelanda y escribió una desgarradora carta

Se trata de Marcela Sosa Escalada, madre de  María Bernardita Clement, estudiante de enología y que fue al país de Oceanía para trabajar en Vendimia. Varada en aquel lugar, su hija no puede regresar al país y su madre pide asistencia para que ella pueda volver

21 de mayo, 2020 - 20:31

Marcela Sosa Escalada es la madre de María Bernardita Clément. Ella es una estudiante de enología mendocina que decidió hace algunos meses trasladarse a Nueva Zelanda para trabajar con la Vendimia de ese país. 

Todo marchaba bien hasta que la pandemia del coronvirus sorprendió al mundo y obviamente esto incluyó a María, quien quedó varada en ese país y hasta el día de la fecha no puede retornar al país para estar con los suyos.

Respecto a la situación que está viviendo su hija, Marcela escribió una emotiva carta en donde detalló lo que vive tanto María Clement como también gran parte de los argentinos y mendocinos que están esparcidos por todo el mundo. 

"Hoy se convirtió en uno de esos miles de argentinos viviendo este infierno. El infierno de un mundo que arde con ellos lejos de sus casas, el infierno de no saber cuando podrán estar cerca de sus seres queridos" es lo que relata esta madre en su escrito y quien solicita la ayuda para que su hija pueda regresar y poder continuar con sus estudios en la provincia de Mendoza.

María Bernardita Clément manifestó desde ese lugar que "me quedan dos semanas más de trabajo y yo me mantengo gracias a eso, a poder trabajar. Es muy caro este país como para encima usar el 30% de las tarjetas. Por el momento estamos varados sin información de absolutamente nada. No nos dicen nada más que tener paciencia" sostuvo.

La joven trabajando en una bodega neozelandesa

La carta completa de Marcela Sosa Escalada

Cuando era chica creía que era maravilloso ser invisible. Jugaba por horas a imaginar un mundo curioso donde la gente no me veía. Cuando crecí, aprendí que eso no era posible. Hoy tengo 56 años y la vida me enseña que si se podemos ser invisibles, y que ya no es parte de un juego, sino más bien, una pesadilla.

Mi hija se llama María Bernardita Clement, estudia enología en la Facultad Don Bosco de Mendoza. Actualmente cursa 4to. Año de la carrera. Es dedicada, muy buena alumna. Como cualquier chico o chica que estudia enología, tiene la opción de ir a trabajar y hacer vendimia en cualquier otra bodega del mundo que los acepte. Esto les permite a los estudiantes adquirir conocimientos muy valiosos y además vivir una experiencia relevante para sus antecedentes laborales y su futuro desarrollo profesional. Así fue, como ella, el año pasado trabajó durante la vendimia en Bodega Rutini (en nuestra provincia). Para este año se propuso una gran meta: trabajar en la vendimia de otro país. Buscó durante meses y meses, envió muchas cartas, realizó muchos trámites, participó de muchas entrevistas, y al fin, en octubre de 2019,  la contrataron de una bodega muy importante de Nueva Zelanda. Era un contrato laboral desde febrero a mayo de 2020. Debía volver a Mendoza en los primeros días de este mes para continuar con sus estudios universitarios.

La pandemia llegó. Luego vino todo lo que ya se imaginan: pasaje cancelado, falta de respuestas, incertidumbre, etc. Desde hace dos meses Bernardita está tratando de volver a casa sin éxito. Su pasaje fue cancelado hasta el mes de setiembre y no hay nadie que la ampare. Hoy se convirtió en uno de esos miles de argentinos viviendo este infierno. El infierno de un mundo que arde con ellos lejos de sus casas, el infierno de no saber cuando podrán estar cerca de sus seres queridos, el infierno de que la plata no va a alcanzar, el infierno de sentirse desprotegidos, el infierno de sentirse solos, el infierno de sentir que los argentinos no podemos hacer que nuestros compatriotas vuelvan a nuestra casa, el infierno de sentir que su propio país los ha olvidado, porque en su país, lo único que les dicen es: “tengan paciencia”. Los han olvidado porque les comunican que actualicen sus seguros de salud como puedan, sin siquiera preguntar si tiene esa posibilidad. Los han olvidado porque no les ofrecen techo, ni comida, ni nada. Los han olvidado porque aunque parezca impensable, siguen pagando un impuesto del 30% en todos sus gatos.

Hay miles de argentinos (si si, más de 20.000) varados en el exterior. Los vuelos de repatriación salen desde Miami, Barcelona, Madrid y Cancún. A cualquiera que mire un globo terráqueo o un mapamundi le queda claro que si solo tenemos en cuenta estas zonas para traer a argentinos, nos queda una enorme cantidad del planeta excluida. Nadie los tiene en cuenta, nadie los protege, son “invisibles”. No hay vuelos de repatriación desde Nueva Zelanda, y tampoco dicen que vaya a haber.  Ese país, tiene un control muy bueno del virus, con muy pocos casos y sin circulación comunitaria. Con lo cual, desde el punto de vista epidemiológico, es aún más injusto y doloroso.

Mi hija tiene epilepsia y actualmente se encuentra en tratamiento farmacológico, lo cual le permite hacer una vida normal. Pero obviamente, requiere estudios, controles y medicación.  Esta es la historia de mi hija, pero además de Bernardita, hay más de 300 argentinos varados en Nueva Zelanda. Es injusto que el gobierno argentino no piense en ellos, no los ayude, los haya convertido en personas “invisibles”.

Es tan loco pensar que un avión pueda traer a casa a nuestros hijos e hijas, a padres, madres,  hermanos, hermanas, a maridos o esposas, que necesitan volver y dejar de ser “invisibles”?.