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Cuentos chinos

Pese a los varios siglos que han pasado desde los viajes de Marco Polo a China, su misterio –lejos de develarse– parece haberse profundizado. Especialmente en estos días, con las confusas noticias que nos llegan debido a la expansión de la pandemia del coronavirus

14 de febrero, 2020 - 12:58

Aun aceptando que Marco Polo no fue el  primer europeo en visitar al Kublai Khan –nieto del famoso Gengis Khan– luego de recorrer la legendaria Ruta de la Seda, no puede negarse su responsabilidad literaria en la generación de la leyenda del Reino Central o Cathay, como se la denominaba por entonces a la Antigua China.

Pero, efectivamente, fue Marco con su libro Il Milione quien puso en marcha los mecanismos de la fascinación que hoy ejerce el mítico Oriente, y particularmente la milenaria cultura china, sobre los que vivimos al occidente de ellos. 

Fascinación que no reconoce distinciones: ya ésta se ha ejercido con igual intensidad sobre supuestos analistas estratégicos de alto vuelo como sobre cualquier grupo de aficionados que quiera pasar por entendido.

Pese a los varios siglos que han pasado desde los viajes de Marco Polo a China, su misterio –lejos de develarse– parece haberse profundizado. Especialmente por estos días con las confusas noticias que nos llegan debido a la expansión de la pandemia del coronavirus.

Las señales son abiertamente contradictorias, empezando por el origen, la naturaleza y el alcance del virus. Para muchos, se ha tratado de un simple contagio de un virus animal que ha mutado para contagiar a los humanos en un extraño mercado chino en la provincia de Wuhan, en el que se comercializan animales salvajes para su consumo. 

Pero, como si esta “normalidad” no fuera lo suficientemente extraña, unos pocos atribuyen el surgimiento del virus a experimentos biogenéticos militares chinos. Concretamente, la semana pasada, Radio Free Asia retransmitió un informe televisivo del 2015 que muestra el laboratorio de investigación de virus más avanzado de China, el Instituto de Virología de Wuhan, como el único capaz de trabajar con virus mortales.

Dany Shoham, un ex oficial de inteligencia militar israelí que estudió la guerra biológica china, denunció que el instituto está vinculado al programa encubierto de armas biológicas de Beijing.

Para seguir con nuestra perplejidad, por ejemplo, podríamos citar los sentimientos encontrados que surgen de confrontar dos hechos. Los que si bien pueden ser reales ambos, no dejan de mostrar grandes contradicciones.

Por un lado, la versión oficial explica que el virus se originó por el contagio en un mercado ilegal en el que se comercializan animales salvajes. Por otro lado, el gobierno chino publicita la fabricación de un hospital de 2.000 camas en el tiempo récord de diez días. 

Al respecto nos preguntamos: ¿cuál es la verdadera China, la que necesita integrar animales salvajes  a su dieta para sobrevivir o la que puede construir un hospital en tiempo récord? 

Ya lo dijimos: probablemente, ambas. Lo que nos lleva a la pregunta de fondo que no es la remanida y conocida de cuándo China será la primer potencia mundial, sino por qué no lo ha sido aún. 

Este interrogante se basa en reconocer que la cultura china no solo es una de las más antiguas de la humanidad, sino –también– la responsable de notables progresos científicos, como la invenciones de la pólvora, del papel y de la brújula.

Pero que pese ello, no fue obstáculo, por ejemplo, para que Inglaterra la sometiera a su voluntad en la segunda mitad del siglo XIX, o para que bien avanzado el siglo XX sufriera tremendas hambrunas que le costaron la vida a millones.

Hoy por hoy, China es la más seria aspirante al trono de superpotencia global. Con una economía que viene creciendo a tasas récords desde hace más de una década y con compañías tecnológicas como Huawei, que desafían a varios monopolios occidentales de las comunicaciones y la informática con todo éxito. 

Al respecto, uno de los analistas geopolíticos más populares de la actualidad, Robert Kaplan, sostuvo en un artículo del Atlantic Monthly de junio de 2005 que avizoraba una suerte de guerra fría entre los EE.UU. y China. Cuestión que, como sabemos, se ha concretado en la actualidad con la guerra comercial declarada entre ambos. 

Para Kaplan, China no representa un peligro militar real para los EE.UU. Luego de entrar en un escabroso análisis de ojivas y portaaviones nucleares, concluye que su país bien podría perder a San Francisco o a Los Angeles, pero que éste –a su vez- podía enviar a su contraparte a la Edad de Piedra.

Pero creemos que Kaplan olvida que, por definición cultural, los chinos prefieren los métodos indirectos de conquista. Tal como ha sido muy bien explicado en el manual de guerra irrestricta de los coroneles Qiao Liang y Wang Xiangsui del Ejército Popular Chino y que está disponible en Internet. En ese sentido, son los maestros del soft-power.

Tal como lo demuestra su actual política exterior, más basada en la seducción que en el garrote, otro historiador militar reputado, William Lind, arguye con más realismo que el único camino posible de las relaciones sinonorteamericanas es la cooperación, ya que una confrontación sólo produciría resultados indeseables para ambas partes. 

Y en este sentido, similares a los que produjo la rivalidad entre la Gran Bretaña y Alemania de principios del siglo XX, que tras dos guerras mundiales devinieron de potencias mundiales a potencias de segundo orden con un tercero beneficiado: los EE.UU.

Le damos la razón a Lind en el sentido de que China siempre ha parecido estar más ocupada en sus eternos problemas internos que en dominar el mundo, por lo que sería poco astuto utilizar con China una estrategia de confrontación. 

Finalmente, no podemos irnos sin recordar que, hoy por hoy, una nueva Ruta y Cinturón de la Seda china se extiende al África, en busca de materias primas, y a nuestra América del Sur en busca de comida.

Especialmente a la luz de los últimos desarrollos en el problema, tales como la declarada guerra comercial decretada contra China por el actual presidente de los EE.UU., que nos pone a nosotros, los argentinos, en medio de un escenario conflictivo. 

Uno que tendremos que saber manejar con el mayor de los realismos, tal como parecen estar haciéndolo, entre otros, Brasil y la Gran Bretaña, quienes más allá de declaraciones altisonantes, no descartan comerciar y trabajar mancomunadamente con China en cuestiones concretas como la tecnología de las comunicaciones. 

Porque, como lo repetimos siempre, los países no tienen ni amigos ni enemigos permanentes, sólo intereses.

El Doctor Emilio Magnaghi es Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana. Autor de El momento es ahora y El ABC de la Defensa Nacional.