|14/06/19 07:25 AM

Globalización vs. fragmentación

La Ruta de la Seda no sólo se limita a Oriente, porque China necesita de las materias primas de África y de la comida que provee Brasil y la Argentina. También avanza el mundo virtual de la telefonía y la ocupación del ciber espacio. Por eso nuestro país ya es escenario de lucha entre estas tendencias

21 de junio, 2019 - 13:46

Cuando se escribe un libro dedicado a una ciencia tan compleja y difusa como la Estrategia, no se puede hacer sin una cierta visión del futuro. De lo que uno espera que pueda pasar.

Concretamente, escribimos el nuestro: El ABC de la Defensa Nacional. Lo pensamos y lo debatimos con nuestro equipo a lo largo del 2013. Hoy, a casi seis años de esa fecha, volvemos a hacerlo. Muchas cosas han pasado en estos años. y necesitamos saber si necesita una actualización.

Para empezar, tomamos al capítulo 1, en el que bosquejamos varias tendencias duales, a saber: lo estatal contra lo no estatal, lo moderno contra lo no tradicional y lo global contra lo local. Le agregamos una última tendencia, la del Cambio Climático. 

Para seguir, vamos a ocuparnos hoy de una de ellas, la de la globalización vs. la fragmentación.

En nuestro libro decíamos respecto de la primera de ellas que “si bien se considera que la globalización como concepto surge a partir de los grandes descubrimientos geográficos que marcaron a los siglos XV y XVI, sólo se la ha considerado efectivamente posible a fines del siglo XX. 

Se entiende por ella al proceso de integración internacional que se produce a través de la creciente conectividad e interdependencia, principalmente, en el mundo de los mercados y las finanzas. También se sabe que con las mejoras en las telecomunicaciones, especialmente con la llegada de la Internet y sus sucesoras, este proceso se ha extendido a lo cultural y hasta a lo político”.

Agregamos que la aceptación, en marzo de 1991, por parte del premier Gorbachev de la decisión norteamericana de expulsar a Saddam Hussein de Kuwait constituyó para el diario The New York Times el hito inicial para el establecimiento de lo que se caracterizó como un “nuevo orden mundial”, uno basado en los frutos de la creciente globalización.

Por primera vez, desde la finalización de la 2da GM, las potencias mundiales acordaban una agenda común, basada en el uso cooperativo de la fuerza mediante el uso de alianzas que incluían a las dos superpotencias rivales.

Pero más allá de la teórica cooperación soviética, la cruda realidad era que los EE.UU. emergían como una única superpotencia, con Moscú incapacitado para proyectarse estratégicamente, ya que Rusia estaba económicamente quebrada.

Fue en este periodo, la década del 90, que se hizo famosa la muy citada  expresión optimista de Fukuyama respeto del “Fin de la Historia”. Sin embargo, pensadores más cautos, como Samuel Huntington, expresaron sus reservas al respeto. Mientras que otros, como Noam Chomsky, se opusieron abiertamente a lo que consideraban un craso intento neoimperialista. 

Con el tiempo se hizo evidente que un nuevo orden mundial basado en los valores que impulsaba la globalización no era algo inevitable. Lo que sí era inevitable era el cambio. 

Y éste llegó para la híperpotencia a través del “efecto CNN” cuando el nuevo presidente de los EE.UU. Bill Clinton presenció por televisión cómo sus tropas de elite eran atacadas, asesinadas y desmembradas en las calles de Mogadiscio.

Con este episodio quedaban a la vista del observador occidental desprevenido una serie de fenómenos menos publicitados que la globalización, pero más dramáticos. Grandes porciones del mundo estaban lejos de compartir los valores y las premisas aceptadas de la democracia liberal y el libre mercado. 

En esos lugares convivían –aunque sin grandes proclamas- formas políticas primitivas más cercanas a las prácticas medievales que a las de la moderna ciencia política. Donde las organizaciones estatales que alguna vez habían existido, desaparecían para dar paso al reinado de los más crueles señores de la guerra.

No importa si ellos reivindicaban premisas nacionales, étnicas, religiosas o simplemente delictivas. El hecho resaltable es que rechazan los valores impulsados por la globalización.

Pero serían los ataques terroristas catastróficos del año 2001 los que sacarían a los EE.UU. de su postura cuasi aislacionista. Vinieron entonces  los años de la guerra contra el terrorismo. Luego, la muerte del cerebro de la organización responsable de los ataques terroristas, Osama bin Laden, en Pakistán, parecieron querer convencer a los EE.UU. de que el terrorismo catastrófico estaba derrotado. Probablemente ese sí, pero le aparecieron a la par los lobos solitarios y el terrorismo de los supremacistas blancos, entre otros.

El problema fue que en la década en la que estos sucesos se desarrollaron, la híperpotencia se desgastó, le surgieron dos grandes competidores estratégicos: China, en lo comercial y Rusia en lo militar.

Para colmo de males, vino a conducirla un personaje como Donald Trump, que no sólo quiere devolverle su viejo esplendor, ya que de paso empuja a que el resto lo acompañe según su propia receta. Ya sea su vecino mexicano o sus propias empresas transnacionalizadas hace años. 

Paralelamente, sus principales aliados, las naciones europeas, descendieron a una profunda crisis política y económica. La que seguramente se agudizará, en el futuro, con un Brexit traumático y con más movimientos nacionalistas en el resto de Europa. Mientras que, por el contrario, el Oriente aparece cada vez más unido bajo la conducción  de Vladimir Putin y de Xi Jinping.

La Nueva Ruta de la Seda que está construyendo el primero con el apoyo del segundo, parece estar suturando la fragmentación en Eurasia, mientras que los desplantes de Trump no hacen otra cosa que exacerbar las divisiones y las fragmentaciones en Occidente, tal como lo vimos en Siria y casi estuvimos a punto de verlo en Venezuela.

La Ruta de la Seda no es sólo física y no se limita al Oriente. Por un lado, China necesita de las materias primas del continente africano y de la comida que le proveen tanto la Argentina como el Brasil. Pero por otro lado avanza en el mundo virtual de la telefonía inteligente y en la ocupación del ciber espacio y del espacio exterior.

Por todo lo expresado, mal que nos pese y por lejos que estemos, la Argentina ya es el escenario de lucha entre estas tendencias. No sólo tenemos una base operada por personal militar chino en nuestro territorio, también hemos recibido sendas advertencias de los presidentes de los EE.UU. y de Brasil.

No estamos aquí para dar consejos a nadie, pero bien podemos recordar aquella sentencia clásica respecto de que los fuertes están para mandar y los débiles para obedecer. Ergo, si queremos estar entre los primeros, hay un solo camino y es el de reconstruir las bases de nuestro poder nacional. 

Y tal como lo expresara el presidente Carlos Pellegrini ante el Congreso de la Nación de 1876, “...La agricultura y la ganadería son dos grandes industrias fundamentales; pero ninguna nación de la tierra ha alcanzado la cumbre de su desarrollo económico con solo estas industrias. Las industrias que las han llevado al máximum de poder son las industrias fabriles, y la industria fabril es la primera en mérito y la última que se alcanza, porque ella es la más alta expresión del progreso industrial”.

Emilio Magnaghi es Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana. Autor de El momento es ahora y El ABC de la Defensa Nacional.