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Soy petiso y la piso en el fútbol

26 de mayo, 2020 - 18:03

Es mucho más fácil escribir sin errores el apellido del Peque Schwartzman que dejar de quererlo.

Se le sale el fútbol por todos lados al enano.

Ya sea en la caminada chaplinosa que lo delata.

Ya sea en las chuecas que carga, típicas de un delantero parido en la Primera B Nacional.

Ya sea en las corridas desesperadas a las que lo someten los gorilas que le sacan un monte de altura en el circuito.

Porque, hay que decirlo. Lo cagan a palazos al enano.

Lo tienen como delivery nuevo. A los santos pedos.

Lo llevan como culillo a la salita de 4.

Así lo tienen en los partidos.

Daqui pro méier. Lleve y vuelva. Vaya y venga. Tome y traiga.

Sin embargo, eso no le ahoga el orgullo al enano.

No obstante, eso no le caga a tiros el amor propio al sopeti.

Never in the puta life.

El enano sabe que va a morir. Posta. Es consciente de ello.

Pero, hasta que no le pongan la lápida encima con su nombre, te la va carajear.

Te la va a yugar. Le va a buscar la vuelta, ¡qué mierda!

Al revés que los rugbiers de Zárate, al enano le falta todo.

Quizás por eso no se aburre. Quizás por eso no se dedica a amasijar gente.

Todo su tiempo lo ocupa en pensar cómo sobrevive.

Todo su tiempo se le va en ver cómo hace para que no lo entierren. Para que no lo sepulten.

Full time. No tiene recreo el petiso. Carece de francos. 

No tiene tiempo ni altura para andar cagando a golpes a nadie.

No le da el chasis.

Sólo correr para que no le lleguen las esquirlas.

Sólo pensar en dónde ponerse si los elefantes largan con un malambo.

El Peque acepta la muerte. Sabe de su existencia.

Pero eso no lo sume en ideas pelotudamente suicidas. No lo hace incurrir en el reviente. En el consabido "que se cague"

Ni en zapatillas de baile, como decía Miguel Abuelo. De ninguna manera.

Por el contrario.

Eso le estimula la sesera. Le alienta a las neuronas.

Eso le acelera las chuecas. Le acomoda bien la gorra.

Eso lo convierte en un saltimbanqui organizado.

Alguien que va esquivando corchazos pero que, en el interín, si puede, si le das un aire, te devuelve los confites, te zampa algún escopetazo, te revolea un uppercut, te homenajea con un schiaffo.

A pijudo no le van a ganar al enano.

Le pasó a Djokovic en el último Abierto de Australia antes de la cuarentena, en enero del corriente.

El serbio llevaba las de ganar. Siempre llevó las de ganar. Pero nunca se confió. Nunca canchereó.

Sabía que del otro lado tenía a uno de esos hijos pródigos del potrero argentino, listo para caerle a la yugular si le dejaba un resquicio.

Si le regalaba una hendija.

Y así fue que el enano le asestó varios misiles antológicos. Le mandó unos conjuros sazonados en el alma de René Houseman. Le propinó unas magias maceradas en los jugos de Garrafa Sánchez.

A pistolazos no te lo vas a llevar nunca a un futbolero argentino.

Porque la carencia, mi querido Novak Djokovic, siempre hizo mejor que la holgura. 

No se me olvide.