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Las redes del infiernillo

 “Yo era el dueño de la escena, las miradas, la expectativa y la esperanza de encestar luego que mi equipo tuviera 8 minutos vírgenes en marcador y allí voy por ese tercer paso en dirección al tablero rival…” 

08 de abril, 2020 - 17:53

“Como un rey sin corona, caminé los 60 metros que separaban mi casa de la Unión Vecinal Dorrego. Verano del 85.

Me gustaba decir “juego al básquet”, daba una alcurnia que ni te digo, es más, jamás había oído ni el significado de esa palabra difícil, pero que de oírla nomás ya parecía que el viejo tenía dólares en un banco en el extranjero (vaya cita…) y ese día iba a ser mi primer partido oficial con la sub-13, casi con seguridad diría que el rival de turno era Obras Sanitarias, club con historia en el básquet vernáculo. A esa edad, yo era alto para la media de los 12 o 13 años, lo malo de eso es que desde los 14 veranos en adelante, no crecí ni un miserable centímetro más y desde esa tierna edad que pasé al bando de los que todo el planeta les queda alto.

El partido era parejo, aunque Obras siempre arriba en el marcador, había mas calidad y cantidad de jugadores. A mí me pusieron en el segundo tiempo, ese comienzo de ‘second half’ fue catastrófico para nuestro equipo, en 5 minutos nos metieron como 20 puntos seguidos, un despropósito. Quizá por eso me pusieron para “asustar” a los interiores rivales que nos estaban agujereando como taladro nuevo, para poner más marca en la zona pintada nuestra, transición mas rápida de defensa-ataque, más presencia ofensiva en la zona rival y rebotear a favor de nuestro equipo, un acierto estratégico del Héctor, nuestro entrenador, un tipo cerebral dentro del rectángulo, jugador de la primera de nuestro club, cordial, inteligente, contenedor y bonachón con los mas pibes; ‘peerooo’ como era de esperarse, nada de lo que el Héctor craneó, sucedió…

Los de la musculosa roja seguían dándole al arito como rengo a la muleta. Llegó un momento en que nosotros casi que hasta festejábamos con ellos, tenía unas ganas de abrazarlos que ni te cuento, como para festejar algo, ¡porque éramos malos y solidarios en la misma proporción!    

Hasta que llegaron esos 15 segundos que todo jugador de baloncesto espera, marca aguerrida en la zona propia, robo (steal, dirían mis colegas Bryant o Jordan por caso), carrera imparable hacia el aro rival, el grito desaforado desde la orilla, la hinchada y los entrenadores… 

–Dale dragón, ¡Dale!

–¡Seguí y bandejeála que es tuya…!   

Y el dragón (mi seudónimo comercial) la iba a bandejear, tomé la rugosa entre las manos, pensé en la Rulo, que estaba a la orilla y era la morocha que me desvelaba por aquellos años, doy el primer paso, me acordé de la Turca que también estaba en la orilla, bella niña de ojos inmensamente embriagadores por su cambio constante de color y los acercamientos en mi ventana; los gritos de la hinchada, el “¡¡dale dale!!”, doy el segundo paso balón en mano y rivales a la espalda.

A esa altura de los acontecimientos, Larry Bird era la nada misma en popularidad comparándose conmigo.

Yo era el dueño de la escena, las miradas, la expectativa y la esperanza de encestar luego que mi equipo tuviera 8 minutos vírgenes en marcador y allí voy por ese tercer paso en dirección al tablero rival…

Pasaron muchos años de aquello, el tiempo y la constancia hicieron que siguiera con el fútbol solamente y no muy profesional que digamos, entrenaba poco, jugaba menos, la enjundia y el estado físico me jugaban a favor, pero sólo eso, el doble turno en la amada Academia de Bellas Artes, contribuyó para que sensatamente, concluyera que lo mío no era el deporte y abandonara la otra Academia, la sanjosina de la calle Mitre, en el corto plazo. En realidad todavía no sé que es lo mío, sé que mis 3 amados hijos tienen mi apellido y por lo tanto, por una cuestión de papeles,  son lo mío, aunque elijo sentir que son de la vida, del aire “…y allí van, parte del aire… y allí van en libertad…”

(Creo que me fui al pasto y no concluí)

Cuando apoyo el pie izquierdo para dar el tercer paso y bandejear mi honor en ese cesto, ser el Daniel San de Dorrego city, el T-800 de Terminator II de esa tarde de domingo, en ese instante el pie izquierdo se comportó como tal y el bandejazo se fue a la mierda, rebotó en el tablero, ¡¡la pelota no tocó ni el aro!! Y la naranjita fue a parar al medio de la cancha. Mitad risas, mitad silencio, era lo que se escuchaba (sí, se escuchaba el silencio de muchos) en la cancha, sumados al posterior “nooo” interminable del lamento. Cuenta la leyenda que me tuvieron que desenredar de la jirafa del tablero del porrazo que me di cuando resbalé, a mí lo único que me dolía era el orgullo…

Levanté la cabeza recién en la ducha de mi hogar, me bañé, me fui a la habitación, que daba al frente de la casa, me vestí, porque siempre los domingos, alrededor de las 19, después de los partidos, si es que habían y si no había partido daba lo mismo, nos juntábamos en la UVD un grupo de chicas y chicos de entre 13 a 16 años, y también estaban los más grandes porque éramos el club del barrio y casi todos íbamos al allí a disfrutar de la adolescencia, maravillosa y entrañable adolescencia, y compartíamos nuestras cosas, bromas, verdad o consecuencia, anécdotas (¿anécdotas…?)

Ese día yo no quería ir, me iba a quedar en casa me sentía mal, cuando en ese tráfico de pensamientos, golpean la ventana de la habitación que daba a la calle (esa ventana era por donde pasaban a buscarme o golpeaban para visitarnos nuestros amigos, en aquellos añorados tiempos con puertas y ventanas sin rejas), y ahí estaba ella, la turca, que me decía, con su mirada pícara y amorosamente cómplice, con su sonrisa joven y sus ojos fantásticos: “…Hola, vine a verte…”

Sentí que la volcaba en el mismísimo Chicago Stadium… Rey sin corona.