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La historia de la primera Copa Libertadores a 60 años de su creación

En esta nota te contamos como nació esta copa que se transformó en la más importante de América, que único equipo argentino participó de la misma, cual fue el primer episodio de violencia y los dos primeros futbolistas de nuestro país que se coronaron campeones. Además, un detalle en el reglamento que hoy ya no existe

19 de abril, 2020 - 15:10

Se cumplen 60 años de la primera Copa Libertadores, que en su momento se llamaba “Campeones de América”. El primer partido se disputó el 19 de abril de 1960 entre Peñarol, de Uruguay, y Jorge Wilstermann, de Bolivia, en el Estadio Centenario de Montevideo, con goleada del local por 7 a 1.

Si bien la Copa Libertadores comenzó a disputarse en el 60´, el proyecto de organizar un torneo continental entre clubes consagrados tomó forma definitiva en el Congreso de la Confederación Sudamericana de Futbol (CSF) realizado en la ciudad de Rio de Janeiro dos años antes.

En 1958, el secretario general de la Unión Europea de Fútbol Asociado (UEFA), Henry Delaunay, le propuso a su par de CSF, José Ramos de Freites, realizar un partido anual entre los campeones de Europa y América, hecho que pesó favorablemente en la creación de este torneo.

Finalmente, en marzo de 1959 en un congreso del CFS que se llevó a cabo en Buenos Aires se aprobó la competencia para que arranque en abril del año próximo. El proyecto nació de los chilenos, apoyado por Argentina y Brasil. Solamente Uruguay votó contra la realización del torneo, argumentando interferencia con las competencias de selecciones, en las cuales se había destacado claramente desde los comienzos del siglo XX.

Sin embargo, ante esa única negativa, la confederación tuvo el aval del resto de los participantes para su aprobación y pasó a llamarse Libertadores de América, en homenaje a los héroes de estas tierras. Además, se decidió que el ganador del torneo se enfrente con el campeón europeo y se fijó que, a partir de 1966, se incluía a los subcampeones de cada país.

La organización del torneo tuvo un dirigente clave, el uruguayo Washington Cataldi, luego presidente de Peñarol durante dos periodos. "Fuimos precursores al empujar la Copa Libertadores, primero con los campeones, en 1960, y luego sumando los subcampeones, a partir de 1966. Yo me encargué personalmente de recorrer toda Sudamérica para convencer a mis pares de que para mantener vivo el torneo había que jugar con 20 equipos en lugar de hacerlo con diez. El tiempo me dio la razón", explicó alguna vez Cataldi a la revista Un Caño.

Durante los primeros tres años de la Libertadores, las instituciones argentinas y brasileras le concedieron muy poca importancia. Los partidos se jugaban a estadios semivacíos en Buenos Aires y en Bahía. Los hinchas no asistían porque los clubes ponían equipos alternativos en una clara demostración de su desinterés.

De nuestro país, el primer representante fue San Lorenzo de Almagro. El segundo, Independiente y un año después, le tocó a Racing Club. Ninguno de los tres entendió el significado del torneo continental y utilizaban equipos suplentes, subestimando a la Libertadores.

Boca quebró esa inercia. Para jugar en la edición de 1963 utilizó a todos sus titulares para llegar a la final. Y puso suplentes en el campeonato local. Esto provocó cierta controversia entre quienes privilegiaban la participación en la Copa por sus supuestos réditos económicos y los que sostenían que nada debía debilitar el campeonato de Primera División.

Hace 60 años San Lorenzo de Almagro, como campeón de 1959, participó junto a seis equipos: Jorge Wilstermann (Bolivia), Universidad de Chile (Chile), Millonarios (Colombia), Esporte Club de Bahía (Brasil), Olimpia (Paraguay) y Peñarol (Uruguay).

Le tocó debutar ante el Esporte Club en Buenos Aires, en instancias de cuartos de final. Se disputaban dos choques, ida y vuelta, como en la actualidad. El primero se desarrolló en el Tomas Adolfo Duco, porque estaban refaccionando el Viejo Gasómetro. Fue triunfo de San Lorenzo por 3 a 0 con goles de Oscar Rossi, Miguel Ángel Ruiz y José Francisco “el Nene” Sanfilippo, de penal.

En tanto, la revancha se desarrolló en Bahía. Ganó el local por 3 a 2 pero por diferencia de gol el conjunto de Boedo se clasificó a las semifinales, donde se encontró con Peñarol.

La llave entre el Charrúa y el Ciclón fue muy pareja, al punto tal de que igualaron 1 a 1 en Uruguay el 18 de mayo y en el desquite en el estadio de Huracán, jugado el 24, finalizaron empatados.

Para definir la serie, tuvieron que ir a un tercer cotejo. A los dirigentes uruguayos se les prendió la lamparita y les ofrecieron a sus pares argentinos 100 mil pesos para que se jugase en Montevideo. Alberto Bove, en su momento presidente del Ciclón, aceptó la propuesta. De esta manera, los directivos azulgranas mostraron poco interés en el desempate, le entregaron la localía al rival a cambio de dinero y resignaron la posibilidad de hacer historia. “Eran dirigentes incapaces que no les importaba el club. No tenían condiciones para manejar a San Lorenzo. Eran violinistas, no directivos. Por ese motivo, aceptaron el dinero y despreciaron la Copa”, recordó José Sanfillipo en dialogó con El Ciudadano.

“Los directivos de Peñarol fueron los más vivos porque le dieron 100 mil pesos a los de San Lorenzo. Era un dinero importante en esa época”, sostuvo el “Nene”, quién no supo responder que hicieron con esa plata.

Por su parte, el histórico arquero uruguayo, Luis Maidana, ganador de dos copas Libertadores con Peñarol (1960/61) y quién disputó las primeras cinco ediciones, recordó cómo fue que se designó el escenario del tercer choque: “Se jugó en Uruguay por un tema de recaudación porque en la Argentina iba poca gente a la cancha, era un fracaso. Nosotros llenábamos el estadio Centenario. Le dábamos más importancia en ese momento a la copa. Encima, teníamos un presidente muy hábil (Gastón Guelfi) que le ofreció a San Lorenzo jugar en Montevideo. Era rápido y astuto. Los del Ciclón tampoco eran unos tontos porque aceptaron el acuerdo. Buscaron su conveniencia en el dinero”, contó a El Ciudadano, desde su casa en Punta Gorda, Montevideo.

El desempate fue en un Centenario colmado con público de ambos equipos. Mayor parcialidad del local que de la visita por obvias razones. Pese a la ventaja deportiva, el juego fue muy parejo, pero finalmente ganó Peñarol por 2 a 1 y avanzó a la final donde lo esperaba Olimpia.

El reglamento de ese entonces indicaba que, en caso de igualdad de puntos al término de la serie, se jugaba un tercer encuentro en cancha neutral. Buenos Aires fue elegida para albergar dicha final, en caso de que sea necesario.

El Charrúa y el Guaraní abrían las puertas hacia la primera final de la historia de la Libertadores. La ida se jugó en Montevideo, el domingo 12 de junio, un día ventoso, nublado y fresco, bien de invierno. El conjunto uruguayo ganó la ida por 1 a 0 en un estadio con 70 mil espectadores en las gradas. El único tanto lo marcó Alberto Spencer, considerado el mejor futbolista ecuatoriano de todos los tiempos. El árbitro fue el chileno, Juan Carlos Robles, de un rendimiento opacó, inclinando la cancha hacia el local. Es más, expulsó al paraguayo Juan Lezcano, por supuesta agresión al goleador de la tarde.

La vuelta se disputó una semana después en Puerto Sajonia (conocido actualmente como Defensores del Chaco) con la presencia de 35 mil aficionados: “Era un coliseo donde los paraguayos estaban totalmente enloquecidos. Muy fanáticos”, sostuvo Maidana.

El árbitro fue el argentino José Praddaude, secundado por los paraguayos Dimas Larrosa y José Ramírez Álvarez. Según determinaba el reglamento, un detalle no menor, los jueces de línea debían tener la misma nacionalidad del país donde se jugaba el partido para ahorrar gastos. No así la máxima autoridad, que debía ser neutral.

Con el paso del tiempo, el reglamento cambió. Hoy no se permiten ternas de nacionalidades iguales a la de los clubes que disputan el partido decisivo.

El primer hecho de violencia se dio antes de comenzar el segundo tiempo, cuando el arquero Maidana recibió dos piedrazos que fueron lanzados por un par de muchachos que estaban ubicados arriba de un muro, detrás de uno de los arcos. Ambos elementos

contundentes le dieron en el omóplato y se desmayó del dolor: “Si me pegaban en la nuca, me mataban”, se sinceró.

No obstante, una vez que se consumió la victoria de Peñarol, los jugadores no pudieron salir del campo de juego por un tiempo determinado. No existía un túnel para sacarlos de allí y encima debían pasar por un estrecho lindante a la tribuna local donde los hinchas estaban indignados y enfurecidos lanzando piedras, naranjas, botellas, entre otras cosas. “Nos querían matar a todos. Fue una guerra”, relató el guardavalla.

Por este inconveniente, se tuvieron que refugiar durante 20 minutos en el medio de la cancha hasta que llegó el Ejercito y desalojó a los simpatizantes de Olimpia. El preparador físico de la visita sufrió una herida cortante. Del miedo que tenían los jugadores e integrantes del cuerpo técnico, se fueron directamente al hotel sin poder bañarse ni cambiarse.

De esa triste manera, Peñarol se coronó campeón por primera vez de la Copa Libertadores de América, sin poder festejar ni dar la vuelta Olímpica. El trofeo no se entregó ni en la cancha, ni en los vestuarios, ni luego en la sede del Carbonero. Supuestamente, la Copa Libertadores nunca “existió”, según las crónicas de los medios de comunicación.

En otro orden, en esa época pocos eran los futbolistas argentinos que lograban brillar en el exterior. Dos de ellos fueron parte del plantel campeón: Carlos Linazza, quién llegó como un desconocido a Peñarol, y el cordobés Juan Eduardo Hobberg, a quien le tocó la difícil misión de reemplazar en la segunda final al ecuatoriano Spencer, quién tiene la marca de ser hasta hoy el máximo goleador de la Libertadores con 54 tantos.

Al respecto, Maidana recordó, especialmente, a Linazza: “Tenia buena pegada, mucha potencia. Hacia goles de afuera del área. No era un fenómeno, pero era titular en todos los partidos y aportaba mucho en el mediocampo”, describió.

El volante nació el 29 de septiembre de 1933 en Saladillo (provincia de Buenos Aires). Empezó a jugar en las divisiones infantiles de Estudiantes de La Plata, equipo que dejó años más tarde para debutar en la primera de All Boys, en 1954. Al año siguiente, se fue a Quilmes, donde pasó sin pena ni gloria. Luego recaló en Centro Iqueño de Perú, coronándose campeón en la posición de enlace.

Al final de dicha temporada, Linazza partió hacia Europa para probarse en el Real Betis, pero la Federación Española de Fútbol no autorizó su fichaje por falta de historial deportivo. Por ende, volvió a Lima, y recibió una llamada de su exentrenador, Roberto Scarone, quién fue contratado por el conjunto uruguayo. Lo quería como el refuerzo que necesitaba para su campaña en el cuadro montevideano.

Por su parte, Hobberg es oriundo de Alejo Ledesma, una localidad situada en Marcos Juárez, provincia de Córdoba. Debutó en 1945 en Rosario Central y tres años

después, se incorporó a Peñarol. Se nacionalizó uruguayo para defender la celeste en la Copa del Mundo de Suiza. En 1958 fue a probarse al Sporting de Lisboa, aunque sin éxito. Terminó su carrera en Deportivo Cúcuta de Colombia, un año después de ser campeón continental. “Fue un fenómeno. Ejecutaba muy bien los penales y era muy difícil atajárselos. Era grande y fuerte. Media un metro 90 cm. También, le pegaba a los tiros libres. Tenía una precisión bárbara, por algo jugó tanto tiempo en Peñarol e integró la delantera famosa de 1949”, remarcó su excompañero.

Con voz amable, segura y pausada, el arquero campeón hace seis décadas aportó su última reflexión sobre el pasado y el presente en importancia de la Libertadores: “Al principio, era una copa más. Eran pocos equipos y se fueron agregando. Ahora salir campeón de América es muy importante, lo mejor que te puede pasar”.

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