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El pibe de la Juan B. Justo al 1414

Desde España, en donde se radicó hace 14 años, Luis Darío Felman, el mendocino que triunfó en Boca y Valencia recordó con nostalgia su etapa feliz en un fútbol de calles de tierra y grandes estadios

24 de septiembre, 2021 - 20:55

Luis Darío Felman es uno de los grandes exponentes a nivel mundial de la famosa cantera Mensana. Nació como mediocampista, pero terminó siendo un puntero izquierdo veloz con mucho sacrificio. De esta manera, supo abrirse camino en tiempos en los que era difícil debutar en la máxima categoría, ya que había jugadores consagrados y de experiencia en dicho plantel.

Con 12 años, Darío se inició en las inferiores del Blanquinegro. Llegó a primera a los 18, para debutar en 1970. Fue prestado a Leonardo Murialdo para adquirir rodaje. En el equipo Canario no defraudó. Felman, muy bien asistido por el recordado Orlando Garro (centrodelantero histórico de Platense en los 60) sacaba provecho de su velocidad para meter muchos goles esa temporada.

El también apodado Tutuca, retornó al Lobo en donde se afianzó como atacante. La explosión llegó en 1973, cuando fue cedido a Independiente Rivadavia para el Nacional de ese año junto a otros blanquinegros como el Víctor Legrotaglie, Juan Carlos Documento Ibáñez y Alberto Guayama. 
Desde Valencia, donde reside desde hace 14 años, el Bordolino, tal como se lo apodó en su paso por el Xeneize, recordó sus inicios en la provincia y que es lo que más extraña de Mendoza.

— ¿Qué recordás de tus inicios en el Lobo mendocino?

—La calle Juan B. Justo al 1414, una zona humilde que estaba por secciones y donde jugábamos a la pelota hasta casi las doce de la noche. Nosotros vivíamos en la Sexta Sección. Estaba la Quinta que era la más pudiente. Se armaban los partidos interminables en la tarde-noche. Jugábamos con cuatro piedras y dos bolsos, que utilizábamos como arco. Teníamos cerca a Independiente Rivadavia y Gimnasia y Esgrima, desde donde nos venían observar buscadores de talento. Uno de ellos me descubrió y me llevó a Gimnasia. Hice las inferiores allí y debuté en Primera División.  

—¿Te consagraste campeón por primera vez en Gimnasia?

—Sí, gané mi primer título. En aquellos nacionales, el Lobo jugaba un fútbol tan lindo que de otros clubes nos venían a ver. Entonces, cuando estaban apretados de fechas, el campeonato local lo disputaban los juveniles. Comencé siendo dirigido por Amador Arrieta, el negro bandolero del barrio que era espectacular. Después, tuve a Carlos Radrizzi que fue el armador de los equipos. Estos dos técnicos me marcaron desde chico. Veían el juego distinto, le gustaba el orden. Y aprendimos de ambos los primeros pasos de este deporte. Cuando existía la oportunidad, subían muchos juveniles a la máxima categoría. Debuté contra el Deportivo Maipú, en 1970. Anduvimos bien. Nos mezclaron con el gran equipo de primera. Entrar a ese vestuario fue como ingresar al del Barcelona de España, lleno de monstruos que eran nuestros ídolos.

—¿Cuál fue tu máximo ídolo como futbolista?

—Yo comencé jugando como mediocampista y terminé de delantero. Ídolo no tuve, pero sí referentes como Mario Kempes y Diego Maradona, que trascendieron las fronteras de los límites del fútbol. Mi máximo ídolo es el barrio donde me crié. Los conventillos de la Juan B. Justo eran futboleros a morir. El barrio es la universidad de la calle y donde se aprende a transitar la vida.

—¿Qué es lo que más extrañás de Mendoza?

—Los afectos, los abrazos, los amigos y el barrio en sí. Porque en Mendoza somos ermitaños y muy afectuosos. Los amigos te duran para toda la vida. Soy parte del mejor equipo del mundo que se llama, 11 corazones. Un grupo de amigos que llevan 55 años juntándose los sábados a jugar al fútbol. Y no faltan nunca. El más grande tiene 65. Vinieron a jugar a Valencia cinco años seguidos. Es un equipo de barrio espectacular que jugó contra los veteranos del conjunto Che. No sé si volveremos a juntarnos para jugar, pero como amigos seguro que sí. 

—¿Te retiraste en el Lobo por decisión propia?

—Si, tenía un compromiso grande con el directivo don Tito Guzzo. Los hijos llegaron a ser presidentes del club. Le dije en su momento: ‘Si vuelvo de Europa, no jugaré en otro club que no sea Gimnasia. Y cumplí’. El último año, regresé para jugar allí (fue en 1984). No estaba bien de la rodilla, pero cumplí mi promesa, que es lo más importante. 

— ¿Te recriminaron alguna vez que jugaste y dirigiste en la Lepra?

—Sí, pero no hay que enaltecer a los ignorantes del fútbol que aprietan y hablan mal de uno. Tengo gente amiga que no le gustó que dirigiera a Independiente de Rivadavia junto a Leopoldo Luque (a inicios de 2000). 

En 1973, seis jugadores pasamos de un equipo a otro. Y disputamos uno de los mejores nacionales que se desarrolló en la provincia. No hay que hablar mal de los estúpidos que están siempre en el deporte. 

—¿Qué recuerdo se te viene a la cabeza de Luque?

—Compartí momentos muy lindos. Armamos una escuela de fútbol en el Estadio Malvinas Argentinas y utilizábamos las canchas auxiliares para llenarlas de chicos. Cuando estaba el gobernador Rodolfo Gabrielli, nos juntó a mí, a Fornari, a Luque y a Juan Carlos Forti y formamos la mejor escuela de fútbol del país. No cobrábamos un peso y utilizábamos el estadio que estaba nuevo. Le hacíamos chequeos a los chicos y los ayudábamos en todo lo que podíamos. Firmamos más autógrafos ahí, que cuando jugábamos. Cumplí el sueño de crear la escuela modelo provincial de futbol. 

— ¿Cómo es la vida en Valencia?

—Estoy con mis tres hijos acá y disfruto de ellos. Se vive bien, con poquito soy feliz. La vida te da estas oportunidades de haber jugado hace mucho tiempo. Llegué en 1977 y me desarrollé durante siete años. Dejamos mucho cariño y me lo hacen sentir. Mis hijos se adaptaron aquí. Salvo Sebastián que nació en Buenos Aires, Gabriel y Tatiana son valencianos. Un día Gaby me dijo: ‘Dame una mano, me quiero ir para España, porque no estoy bien en Argentina’. Hace 14 años que volví para quedarme definitivamente. Disfruto de la etapa más linda que son los nietos.  

—¿A qué te dedicás?

—Soy un opinólogo en una estación de radio de la ciudad. Sigo al Valencia a todos lados. Tuve el placer de haber sido jugador y opino desde ese lado. 
  
—Junto a Mario Kempes hicieron historia en el equipo español. ¿Como pasaron a ser ídolos del club?

—A esta institución la llamaban los Che. Jesús Martínez, Adorno, Rubén Valdez son los tres que nos abrieron las puertas a los argentinos. A Mario, al Burrito Ortega, a Pablo Aimar, a Ever Banega, a un sinfín de compatriotas. Eso es lo lindo de acá. Lo que ha cambiado es que antes jugábamos dos extranjeros nomas y ahora, con la comunidad europea, tenemos dos valencianos nada más, que son Gallay y Soler. Está lleno de comunitarios y cambió para bien porque España fue campeón del mundo. Antes era la fiera, ahora son el tiki taka. 

—¿Qué recordás de Boca?

—La mejor etapa como futbolista. Me encontré con un equipo con experiencia y un entrenador que era un adelantado. Un plantel lleno de buena salud, que no contaminaba. Entonces, los del Interior nos sentíamos como en casa. Pasé los mejores momentos como persona y profesional. Quedamos en la historia por haber ganado la primera Copa Libertadores. Y después la Intercontinental (NdR: Felman marcó el primer tanto ante el Borussia). Cuando se escriba la historia, en la primera página figuraremos nosotros. Eso no lo podrá borrar nadie. 

—¿Qué enseñanza les dejó Lorenzo, dentro y fuera de la cancha?

—Que el fútbol es para vivos. Que cuando chocás con un entrenador a libro abierto puesto a disposición de los jugadores, tenés que aprender. Entonces, con el Toto aprendimos a ser profesionales. No a comer pizzas ni empanadas, sino a comer equilibrado, como debe hacer un deportista. No quedarse hasta las 4 am a ver televisión, sino acostarse temprano y descansar bien. Lorenzo decía que el futbolista debe descansar 25 horas por día. Y no se equivocaba. Aprendimos a ser mejores como jugadores y también como personas.

“Yo había llegado a Valencia por un año a préstamo desde el Xeneize. Entonces, en junio terminé el campeonato español. De esta manera, me voy de vacaciones sin saber si el Valencia hacía uso de la opción de compra. Pero existía una cláusula entre ambos clubes que, si Boca tenía la oportunidad de disputar la Intercontinental, yo podía jugarla. Estaba en Mendoza cuando me llama por teléfono Alberto J Armando (el histórico presidente de Boca). Y me pasa con Lorenzo, que me dijo: ‘Tómese el primer avión para Buenos Aires, que me tiene que acompañar en esta’. 

— ¿Qué le respondiste?

—‘Estoy de vacaciones’. Y me dice: ‘¡Qué vacaciones! ¡Vengase para acá!’. No lo dudé. Cuando llegué a Buenos Aires, me encontré con un grupo espectacular de jugadores y de amigos de verdad. Hoy, seguimos en contacto a través de un grupo de WhatsApp. 

“El técnico preparó la revancha ante Borussia un equipo con gente rápida y sacó a los experimentados, sabiendo que el arquero Gatti jugaba adelantado. Para el Loco, fue el partido de su vida. Soñó con hacer ese juego y no le pudieron hacer un gol. Salió todo a la perfección. Además, el Toto tenía mucha información del rival porque mandó a un espía a observarlo durante 20 días a Alemania. En Buenos Aires también lo hizo. Espiaba a los rivales y pasaba luego un informe, nos contaba todo. Lorenzo lo implementó para saber cómo se movía y por donde le podíamos entrar. 

—Debutaste en la selección Argentina de Cesar Luis Menotti en febrero de 1977 ante Hungría. ¿Qué se siente ponerte la camiseta de tu país?

—Fue espectacular y encima en la Bombonera, un terreno que conocía mucho. Son esas cosas que te hacen adorar esta profesión. De llegar y decir: ‘Llegué a la selección y es un sueño hecho realdad’. Con Diego Maradona estábamos en el banco y disfrutábamos como locos. Decíamos: ‘Que no se termine nunca este partido’.  Ganamos 5 a 1. Lo que jugó la selección Argentina ese día no tiene nombre.

—¿Te dolió no haber sido parte del Mundial 78’?

—No, porque he chocado en mi aprendizaje en el futbol, con buenos maestros. Cuando debuté en la Selección Argentina, nació lo de venirme a España. Entonces, con el primero que hablé fue con Menotti. Me dijo: ‘Darío, yo que usted me iría al Valencia, porque tengo a Daniel Bertoni, al loco René Houseman, al Negro Ortiz, delante suyo. Entre los 22, hasta tengo dudas de llevarlo al Mundial 78’. Me encantó la sinceridad. Me habló como si hubiera sido su hijo. Las oportunidades de ir a jugar a Europa en esos momentos no eran fáciles. Entonces, después de hablar con él, tomé la decisión. Le agradecí en el alma porque me quedé siete años aquí. Nacieron mis hijos y gané tres títulos. Y realicé el último eslabón de mi carrera al éxito: jugar en Europa y salir campeón. 

—¿Te quedó alguna cuenta pendiente?

—Yo realicé el sueño del “pibe”. Ser hincha de Boca, jugar allí, salir campeón de la primera copa y dirigirlo en 2006, cuando estaba de segundo (de Jorge el Chino Benítez). Boca es pasión. El DNI de Boca es ganar, gustar y golear. A esas tres palabras con G, hay que ponerle pasión. En el fútbol, ninguna. Nacer en Gimnasia y Esgrima, salir campeón en la liga, me permitió crecer como jugador del interior. No conocía Buenos Aires. Jugar en el Xeneize y salir campeón en el Valencia. Es un agradecimiento al fútbol por todo lo que me dio. Si no hubiera jugado, hubiese sido abogado.

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