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Era callejero por derecho propio

En 1978, el Club Los Olmos de Guaymallén produjo un suceso histórico en la provincia al consagrarse campeón del torneo provincial de FEMEFA

12 de agosto, 2020 - 16:51

Las tribunas tubulares alteraron la normal geografía de la canchita del barrio Sarmiento. Allí en ese rectángulo de tierra, piedras y cal, al aire libre; los jugadores estaban en la misma altura que los observadores detrás de la línea del campo de juego. Salvo, claro, para quienes decidieran treparse a la platea de algún árbol. 

Pero en esa ocasión, por el acontecimiento que estaba a punto de vivir el barrio, alguien dispuso armar dos tribunas eventuales sobre el lado Oeste de la cancha. Se sabía de antemano que buena parte del vecindario y sus alrededores, sumado a la del visitante y los devotos de la religión del fútbol callejero, acudirían a esa final. Con buen tino, alguien puso esas salvadoras tribunas a veinte metros sobre el nivel de ese mar de muchachos en flecha juventud, de pantalones cortos y medias de colores distintos. De veintidós acorazados embarrados en su propio esfuerzo y sudor. Allí en el corazón de las cuatro esquinas, la Granaderos de San Martín, la Domingo Faustino Sarmiento, la Paula Albarracín y la Manuel A Sáez, en ese potrero con arcos de Guaymallén, el Club Los Olmos jugaba la página más gloriosa en el fútbol barrial: la final de FEMEFA ante Banfield de Perdriel.

Para quien no lo sepa, FEMEFA era la entidad que nucleaba a una veintena de Ligas amateur de los distintos departamentos provinciales.  No eran federados a la AFA, ni la FIFA, no había contratos públicos ni privados y allí el fútbol tenía un sentido y una razón: el amor por jugarlo. Claro de allí han surgido y pasado numerosos jugadores como los hermanos Almeida, Rafael Iglesias (Godoy Cruz), Miguel Albarracín, Carlos Molina, los hermanos Lucero de Argentino, Daniel Farías, entre otros futbolistas que después jugaron en el “fútbol grande”.

Los Olmos junto a Sarmiento, El Porvenir, eran los clubes más importantes de la Liga Cacique de Guaymallén. En 1977 había sido subcampeón detrás de Sarmiento, equipo con el que hacían un clásico. “Nos matábamos, no sabés lo que eran esos partidos”, cuenta Ricardo Pellegrinuzzi, quien era arquero de Los Olmos, cuya denominación respondía homenajeaba al fundador de la institución. 

Por ser primero y segundo, tanto Sarmiento como Los Olmos clasificaron al torneo provincial de FEMEFA que se disputó en el verano del año siguiente. En ese certamen confluían en la misma condición, dos clasificados de cada liga, a lo largo y lo ancho de Mendoza, en un sistema de definición muy similar a las instancias decisivas de un Mundial, o la Copa Libertadores de América. Es decir, clasificación o eliminación mano a mano.

Lo cierto es que el equipo con casaca como la de Gimnasia La Plata fue sorteando distintas etapas y así un día se encontró en la final. Medio Guaymallén estaba detrás de esa causa, de ese sueño de ver coronado a un equipo departamental -Los Olmos- en un provincial. 

El Tano Pellegrinuzzi como lo conocen en el barrio Sarmiento, con un pasado en las inferiores del Atlético Argentino (no alcanzó a debutar oficialmente en la Academia) jugó veintitrés años en la Liga Cacique para distintos equipos. Actuó también en Capilla de Nieve y Banfield de Agrelo, aunque aquel título de Femefa es su más preciado recuerdo. 

“A los 18 dejé de jugar en Argentino y me fui a Los Olmos. Después de ser subcampeón surgió la posibilidad de jugar el Torneo de Femefa. Con Sarmiento que fue el campeón éramos como el River y Boca del barrio. Por esos tiempos la cancha de ellos y la nuestra estaban separadas por 100 metros. La de Los Olmos era la cancha vieja de Sarmiento, más chiquita, que ellos dejaron para irse una cuadra más abajo, la que nos prestaban para hacer de locales en FEMEFA". 

Por reglamento los equipos podían reforzarse. De esa manera tanto Sarmiento, como Los Olmos apelaron a jugadores de otros equipos de la Liga Cacique Guaymallén. Estos últimos sumaron a Eduardo Cubicino, Ratón Aguilera y Beto Ponce (Sarmiento), “Langosta” (de Grosso), Horacio Reyes y Eusebio Loco Ibañez (Rosario). Rubén Indio Palacio, Roberto Villegas, Cata Olmos, Flaco Mercado y el propio Pellegrinuzzi habían jugado en Los Olmos el torneo anterior. Ellos eran los titulares.
Con ellos, el equipo del distrito guaymallino Belgrano llegó al debut contra un equipo del departamento de Lavalle. Para afrontar la competencia, los muchachos habían hecho rifas y colectas para poder comprarse las flamantes zapatillas Adidas de cuero. “En esas canchas de piedras era imposible jugar con botines por eso teníamos que tener un calzado más apropiado”, consigna el Tano. 

“El primer partido en Lavalle lo perdimos. Fuimos a jugar a Lavalle en vehículos propios, todo a pulmón. El viejito Olmos (el presidente del club) o don Ochoa cargaba a los hinchas en camiones. Era todo muy familiero, con picardía, pero sin maldad”.

 “Nos encontramos con un equipo que era chacarero al mango, que jugaban en alpargatas, las bigotudas. ¡Nos pegaron una c… ¡, no teníamos como agarrarlos, nos ganaron 2 a 0, pero de milagro, era para que nos ganaran por mucho más”, recuerda el arquero.

“Para la revancha en Sarmiento les ganamos y fuimos al desempate en el suplementario. Allí fue 3 a 0, pero igual costó. Esta vez ellos dejaron las alpargatas y también jugaron en zapatillas".

El segundo partido fue en La Dormida, equipo que había sido campeón en la temporada anterior. “Era tremendo. Los jugadores cobraban algo de plata porque en ese entonces la única distracción que tenía la gente de ahí era el fútbol. Nos encontramos con una cancha de césped que era una hermosura. Empatamos 1 a 1, pero por un 'error de juez de línea''”, rememora el portero. “El línea (se llamaba Sosa) era vecino nuestro, pero hincha de Sarmiento, el habilitó ese gol en off side. Ya murió ese hombre, pero cada vez que lo veía le recriminaba ese episodio”, cuenta risueñamente.

Luego de dejar a La Dormida atrás en ese Cementerio de Elefantes en el que venía transformándose ese campito en los suburbios guaymallinos, la llave los llevó hasta la semifinal ante Laverriere, el mismo club que con los años jugó en la Liga Mendocina. Allí Pellegrinuzzi sufrió en carne propia la picaresca y los códigos no escritos, pero tácitos del fútbol barrial:
“Ganamos 1 a 0 pero yo la pasé mal. Era una cancha con tribunas y cerrada, pero tuve detrás a unos pendejitos que durante todo el primer tiempo me tiraban piedritas con una honda. Estaba a los saltos. En el segundo tiempo, me tiraban cáscaras de bananas. Ganamos, pero tuvimos que salir corriendo porque nos corrieron a ladrillazos”. 

Se esperaba una revancha dura y lo fue. Aunque otro elefante volvía a caer de pie en el coloso de calle Sarmiento. 
Quedaba un escollo más para lograr lo que parecía impensado. De llegar al torneo como subcampeón de la Cacique, de pronto Los Olmos estaba a dos partidos de la máxima consagración en el FEMEFA

El rival era Banfield de Perdriel, equipo que también con los años jugó en la Liga Mendocina.

Y el recuerdo de Pellegrinuzzi: “La ida fue en la cancha de Chacras de Coria, esa de la tribuna en el Cerro. Fue otra batalla, pero el equipo ya estaba consolidado. Ganamos 3 a 2”

“El retorno al barrio no me lo olvido más. Todavía quedaba la segunda final en nuestra cancha, pero ya nos sentíamos campeones, íntimamente sabíamos que no podíamos perder. Nos volvimos en ruidosa caravana por la calle San Martín, con toda la gente que nos acompañó. La gente se paraba y no entendía quiénes éramos ni porqué festejábamos”.
Y lo dicho. La segunda final fue un acontecimiento en la previa y en lo posterior. La Liga Cacique y la Confraternidad, las dos más importantes de fútbol barrial en Guaymallén le hicieron sentir el apoyo a Los Olmos a través de un enorme gesto deportivo que pintaba de cuerpo entero la pureza del fútbol sin TV y de amor a la camiseta. Aquel domingo la cancha de Sarmiento fue cercada y a su alrededor se colocaron las banderas de todas las instituciones del departamento.

Ese día, las dos tribunas que la Liga Mendocina de Fútbol cedió para que el partido estuviera a la altura de una final, se colmaron. Tanto como los árboles y los alrededores del perímetro de juego. Se cobró una mínima entrada que fue para gastos de ocasión, aunque no para ningún premio económico a los futbolistas. 

Ese día, las postales populares del fóbal de barrio se repitieron constantemente: el almacenero del barrio trabajando como nunca, los choriceros sacando de a tandas completas junto con el pan dorado y condimentado. 

Los vagos tomando cervezal a la orilla de la acequia, la ceremonia de los porrones que van y vienen, junto con alguna entrometida gaseosa. Hasta el señor de lentes que venía desde Las Heras en su bicicleta con una proa de barco de color verde se hizo la tarde vendiendo su manzana con caramelo y el pororó. 

¡Sí, si señores soy de Los Olmos!, cantaban los héroes de blanco de bastón azul. Los gloriosos Olmos del barrio, de rituales inequívocos, de comparsa boliviana, de pollo picante, de chicharrón y feriantes ajeros y cebolleros están de parranda. 

Fue 4 a 2 para el local. Y desató una fiesta departamental, popular. Más allá de que era inquietante en ese 1978 de una dictadura militar, con el Estado de Sitio vigente y en el que la policía se llevó a varios detenidos, la celebración en ese populoso conglomerado guaymallino fue un suceso. 

Hoy nada queda de aquellas canchas de Los Olmos y de Sarmiento. Como casi no quedan potreros en Mendoza. Varios memoriosos, nostalgiosos y rebuscadores de leyendas contra los refutadores del progreso, suelen a manera de revancha contra el inevitable paso del tiempo, gritar por la Pedro Molina, la Paula Albarracín o la Manuel Sáez, que allí donde hoy habitan un Jardín Maternal y una plaza, alguna vez se produjo un suceso futbolístico que hizo feliz al barrio Sarmientod de Guaymallén.

Y vamos Los Olmos

La fiesta de Los Olmos campeón se completó una semana después en la cena y entrega de premios.  “Allí nos entregaron las distinciones al goleador (Eusebio Ibáñez) y a mí como valla menos vencida”, recuerda el Tano Pellegrinuzzi.

“No ligamos nada de plata, no era así el fútbol callejero, pero sí la alegría y el orgullo de vestir una camiseta, que te saluden y te reconozcan por la calle”.

“El entrenador era Raúl Chupete Olmos y el Gordo Castro, el masajista. Ninguno sabía demasiado, pero eran vivos para juntar a gente que les gustaba jugar al fútbol. Para ese campeonato buscaron gente que se acopló a lo que éramos nosotros. No entrenábamos, pero no nos hacía falta teníamos la polenta de la juventud".

El arquero de Los Olmos traza definiciones sobre sus compañeros. Según su óptica muchos tenían cualidades para triunfar en Primera. Pero la disciplina de los entrenamientos o acaso que por entonces en la Liga había mayor cantidad y calidad, eran obstáculos para que alguno de ellos pudiera sumarse a un equipo federado. Y así nombra a un defensor que apodaban El Langosta, cuyo nombre es una incógnita y se hizo célebre en los torneos callejeros.

“Era un crack. Le decían así porque saltaba como nadie. Yo no tenía que salir afuera del área porque él ganaba todas las pelotas de arriba”.

Pellegrinuzzi también describe a otros compañeros suyos: “El Flaco Mercado (el 8) te ponía unas pelotas increíbles, y adelante teníamos la potencia del Indio Palacio (9) y Ponce (7) y la gambeta indescifrable de Eusebio Ibáñez (11)”, cuenta sobre las cualidades de Los Olmos.

Para el final deja una anécdota de antología que pinta de cuerpo entero que el fútbol callejero, pese a su condición de amateur, inspiraba respeto y admiración. “Cuando salimos campeones, alguien propuso un amistoso de festejo entre nosotros contra Atlético Argentino en su cancha, si al final todos éramos hinchas de la Academia. El técnico era Orlando Garro, jugaban Mareque, el Repollo García, el Picho Fernández, entre otros. 
“No quisieron jugar contra nosotros. Decían que éramos poco equipo para ellos, para mí que no quisieron porque éramos un equipazo”.

“Una vez vino un técnico que no era de Mendoza, para llevarme a jugar a Gutiérrez. Me había visto en la final de Los Olmos. Me prueba y me dice que me quede, pero que de lo que arreglara debía darle un porcentaje. Lo saqué rajando y me fui”.

Anécdotas con El Boli

“Con 14 años estuve en el banco de una de las seis finales entre Argentino-Independiente. En una jugada queda tirado el Loco Ugliardi y parecía que iba a salir por lesión, viene el Quique Lucero y me dice: ‘Prepárate que entrás, guacho’. Yo no quería ni levantarme del banco, por suerte se recuperó Ugliardi, que en paz descanse y fue mi amigo toda la vida”.

“No era llegar tan fácil a Primera como ahora. Yo debía ser un Fillol o un Pedone, jugué con Carlitos Nievas, Agri, Orlando Morón, Ricardo Godoy, Carlos Gutiérrez, Osvaldo Mazza, Roberto García” cierra su recuerdo Ricardo Pellegrinuzzi.