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Confitería Colón: un lugar de café y cine por el que pasaron visitantes ilustres

Desde su apertura, sus destacados clientes disfrutaron de un servicio reconocido por la excelente atención. Después incorporó el cinematógrafo, un invento revolucionario para aquella época

29 de noviembre, 2021 - 07:58

Algunos de los lectores deben acordarse de la confitería Colón, un ícono de Mendoza que abrió sus puertas para cambiar la costumbre social de los mendocinos más de un siglo atrás en la esquina de San Martín y Necochea, en el edificio llamado Casa de Alto, un lugar estratégico de la Ciudad.

 

Luces de mi ciudad

En aquel entonces no existían el Pasaje San Martín, ni el edificio del Jockey Club y menos el edificio G 7, entre los más conocidos de la ciudad.

Varias cuadras de la calle San Martín habían estrenado el adoquinado, una nueva construcción que mostraba a una ciudad progresista, y el tranvía a caballo circulaba todavía por esa arteria, y quedaba poco tiempo para su electrificación, realizada en 1912. También transitaba sobre aquellos adoquines alguna que otra máquina denominada "automóvil", pero los verdaderos dueños del tránsito ciudadano eran los mateos.

Aquella urbe cuyana progresaba en forma permanente. Contaba con varias casas de dos pisos y algunas de ellas ya eran antisísmicas.

Desde hacía varios años que los migrantes europeos llegaban a la ciudad en busca de un sueño, ya que familias enteras se establecían en los suburbios del centro, en especial en los conventillos de la Cuarta o de la Sexta sección. 

Ciudadanos italianos, españoles, rusos, polacos, libaneses y de otras nacionalidades circulaban tranquilamente por las veredas céntricas, lo que se transformaba en un verdadero crisol de razas.

 

Confitería con estilo propio

Desde finales del siglo XIX los mendocinos habían adoptado una modalidad matutina traída de Europa y era la manía de sentarse a tomar café.

Esta costumbre había llegado de la mano de los estratos más altos de la sociedad mendocina, quienes viajaban permanentemente a un lugar llamado París, que en aquellos momentos era la máxima aspiración de los acaudalados argentinos.

Era principios del siglo XX y los cafés y restaurantes se extendían por toda la pequeña aldea. En uno de los locales de la denominada Casa del Alto, un edificio construido a finales del siglo XIX por el belga Urbano Barbier, funcionaba un café llamado Del Progreso, en donde la alta sociedad local se reunía todas las tardes y en las noches.

Por motivos de cambio de rubro, este establecimiento comercial decidió cerrar sus puertas e inmediatamente se estableció allí la Confitería Colón, siendo su primer dueño Pedro Soler, quien desde su apertura era escéptico sobre los resultados del negocio. Pero con el correr de los días, cientos de personas empezaron a concurrir masivamente y los caballeros se juntaban para discutir de política, economía y de lo que pasaba en el mundo.

Sus clientes no sólo disfrutaban de las más exquisitas bebidas y panificados de la época, ya que el lugar, con tan solo unos meses de vida, se convirtió en un sitio de encuentro y esparcimiento sin precedentes, y en todos lados era nombrado de boca en boca convirtiéndose en el café de moda.

 

Cine con sabor a café

Durante los primeros años de vida la gran sala de la confitería estuvo dividida en tres amplios espacios: en uno se reunían los hombres para jugar a los dados, la otra habitación era el lugar indicado para hacer reuniones familiares, y en la restante, sobre la avenida San Martín, había un mostrador donde se vendían las más exquisitas golosinas. Un lugar fascinante para los más chicos que acudían con sus padres a comprar aquellas delicias azucaradas.

En la búsqueda de otros atractivos, su dueño visualizó incorporar un novedoso aparatito denominado proyector cinematográfico. En esos tiempos el cine comenzaba a gozar de un gran éxito en todo el mundo y la ciudad de Mendoza no podía quedarse atrás. Esa gran inversión de su propietario generó aún más entusiasmo entre los clientes y, por supuesto, mayores ganancias.

A principios de 1910, Soler anunció con bombos y platillos la incorporación del cinematógrafo en su local en un momento muy especial para nuestro país y la provincia, ya que se cumplían cien años de la Revolución de Mayo, lo que se podía palpitar en la algarabía popular de la previa a los festejos.

Con la inauguración del cinematógrafo en ese lugar, los mendocinos concurrieron masivamente a la sala de proyecciones, que por el precio no era tan popular como podríamos pensar. Al principio sólo la clase alta podía gozar de aquellas proyecciones y lo más interesante era que luego los que concurrían a las reuniones de cine veían sus apellidos publicados en las páginas sociales de los diarios de aquella época.

Por las noches, y en especial el día domingo, la confitería se convertía en un lugar donde familias enteras disfrutaban del cine mudo en blanco y negro.

En 1912, Soler vendió su negocio a Gassó y Cía, empresa que siguió manteniendo el mismo estilo exitoso.

Allí fueron proyectadas las más resonantes películas de la época, en especial los primeros cortometrajes de uno de los más grandes cómicos de todos los tiempos: Charles Chaplin, ya que en 1916 se estrenó su primera y épica película que causó las risas de todos los que allí concurrieron. 

Las damas más acaudaladas e importantes de la provincia asistían a la llamada matiné, en donde una variedad de películas entretenía a ese selecto público, mientras los mozos servían humeantes tazas de té o de café con leche, acompañadas con todo tipo de masas, tortas decoradas y exquisitos sándwiches de miga de jamón crudo y queso.

 

Visitantes ilustres

Estas características posicionaron a la confitería como un selecto lugar de encuentro. Fue así que para ingresar, como condición casi excluyente los clientes debían vestir ropas elegantes, dado que la casa se reservaba el derecho de admisión.

Entre sus distinguidos visitantes se encontraban figuras de la política a nivel provincial y nacional, el empresariado local y reconocidos artistas. Entre los políticos, por allí desfilaron José Néstor Lencinas, Ezequiel Tabanera, Benito Villanueva, Pedro Guevara, Rufino y Rufinito Ortega y el ministro de Obras Públicas de la Nación y gobernador de Mendoza, Emilio Civit, además de otros personajes muy conocidos, como como Carlos Gardel, José Razzano, Juan B. Justo y Alfredo Palacios.

En los años 40, en momentos que se vivía la Segunda Guerra Mundial, el local fue también el encuentro de los que estaban a favor o en contra de los aliados, armándose alguna que otra discusión que no llegaba a mayores.

Ya en los 50 y 60 su concurrencia decayó, pero a pesar de todo la confitería mantenía un sello distintivo que era la cordialidad de sus empleados con el público.

Entre los mozos más recordados se cuentan Eulogio Regalado, Eugenio Manrique, Fermín Ventura, N. Peralta, Juan Osorio y el Negro Saldívar.

Tras casi seis décadas de esplendor, las luces de la Confitería Colón se apagaron para siempre en 1968.