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Nosotros y el mundo, o el mundo y nosotros

03 de febrero, 2020 - 07:12

Las últimas dos semanas de Alberto Fernández fueron soñadas para cualquiera que colecte millas o ame los viajes. Claro que los objetivos distaron mucho del placer, ante la responsabilidad de mostrar una cara confiable ante un mundo que arrastra muchos signos de pregunta sobre Argentina.

Israel, el Vaticano, Roma, hoy Berlín, luego Madrid, París, todas escalas de un itinerario extenso para un equipo que va variando componentes de acuerdo al destino, con funcionarios que se suman y otros que se restan de acuerdo al momento y el interlocutor.

Construir confianza es la meta que seguramente desvele al mandatario, lo que acrecienta las dudas respecto a la designación de un canciller que hasta ahora no tiene voz, no tiene discurso, no ha expresado metas ni estrategias, y además nunca actuó en política exterior. ¿Será adrede que se puso a quien aparenta ser un cuatro de copas?

Pero resulta que la relación de Argentina con el mundo siempre fue traumática. Nos hemos comportado históricamente como si el mundo estuviera en deuda con nosotros, como si fuéramos genios incomprendidos, desvalorizados siempre porque no se dan cuenta lo geniales que somos. Nosotros que le dimos a Maradona, a Fangio, a Messi, a Vilas. Nosotros que formamos a Leloir y Milstein.

Nos sentimos acreedores de la civilización, cuando en realidad solo hemos sido deudores permanentes, desde el propio origen de la Nación y el empréstito Baring.

Al revés, es probable que el mundo nos vea como la decepción permanente, el fracaso inexplicable, los que podrían ser y no son, los que quieren inventar la rueda cuadrada, y unos tipos de cuidado que cuando pueden dejarte colgado no lo dudan. Piden y no devuelven, prometen apoyos que nunca llegan, y cuando pueden hacen trampa, como Maradona en México ´86.

Pero los largos años de frustración no han enseñado que la política exterior es una política de Estado, de esas que tanto se necesitan y pregonan, y no de intereses momentáneos de un gobierno. Que la República tiene intereses permanentes que exceden por mucho los momentáneos gustos, adhesiones o coincidencias del habitante de turno de Casa Rosada. Eso que vemos en los demás somos incapaces de hacerlo. A título personal lo adjudico a una clase política en su mayoría profundamente ignorante.

Como ejemplo, para el peronismo de los ´90 con Estados Unidos se tenían relaciones carnales (frase salida de la boca del mismísimo canciller Guido Di Tella). Para el peronismo de los 2000 –mismos hombres, mismo partido- ese país era el imperio execrable. Veremos qué novedades en la materia nos trae el peronismo modelo 2020.

En estos días, según los declaran los propios funcionarios, la salida al mundo responde a un objetivo de muy corto plazo: conseguir apoyos para la renegociación de la deuda con el FMI y los bonistas. Lo curioso es que mientras desde el Gobierno central se plantea una táctica de seducción y negociación, desde la provincia de Buenos Aires, del mismo signo político, se eligió como metodología el apriete, en manos de alguien que cada vez que negoció con esa táctica en el pasado terminó pagando más de lo debido, y dejando una secuela de juicios millonarios en jurisdicciones foráneas que son pérdida segura para el país.

Otra vez da la sensación de que se sale al mundo a improvisar. Que, en lugar de diseñarse y consensuarse una política de fondo y largo plazo, con múltiples sectores, incluida la oposición y los especialistas en la materia, se va a mostrar lo buenos que somos, gentiles, educados e incapaces de desplantes.

Vamos a reclamar una confianza que no parecemos merecer. Otra vez, librados a la buena voluntad ajena.

Tal vez el más respetado de los argentinos tenga otra vez razón. La historia se repite, los espejos nos juegan malas pasadas. Pero claro, él –de Borges hablamos- no nos representa. Era demasiado bueno para ello.