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El retorno de los nacionalismos

El hemisferio Sur se ve sacudido por el ataque de una miríada de actores no estatales como el narcotráfico, la piratería, la trata de personas y el contrabando, que arrinconan a un Estado cada vez menos presente y más bobo

19 de abril, 2018 - 11:01

Una breve enumeración de los sucesos históricos de los últimos 70 años –una vida humana promedio- seguramente incluiría: la finalización de la Segunda Guerra Mundial, con sus múltiples consecuencias, la caída del Muro de Berlín, y la subsiguiente desintegración de la Unión Soviética que pone fin a la Guerra Fría; el atentado catastrófico del 11 de setiembre de 2001 que acota la hegemonía de los EE.UU., que da inicio a la denominada Guerra contra el Terrorismo; y la recientemente declarada guerra comercial entre los EE.UU. y China, a la que hay que sumar la renovación de las conductas de la supuestamente superada Guerra Fría entre los EE.UU. y Rusia.

No es intención sólo refrescar la memoria histórica con esta breve enumeración. El propósito es llamar la atención del lector sobre el hecho de que todos estos sucesos, traumáticos e importantes no estuvieron previstos casi por nadie o solo por unos pocos. 

Para citar un solo ejemplo entre muchos, todos recordamos aquella famosa frase del “fin de la Historia”, cuando el fin del comunismo hacía augurar una larga y tranquila vida a las sociedades que habían incorporado las premisas del consenso democrático y las leyes del libre-mercado. 

En pocas palabras, estábamos –como se proclamó– ante un Nuevo Orden Mundial. Lamentablemente, la ilusión duró poco. Hoy ese orden, no sólo no se ha concretado, las fuerzas que se le oponen están tomando cada vez más fuerzas. Nos referimos, concretamente, a lo que nuestros padres y abuelos llamaban como ‘Los nacionalismos’.

Todo empezó tibiamente con el Brexit, siguió con los movimientos identitarios que triunfan en las sucesivas elecciones a la largo y ancho de la vieja Europa y que amenazan extenderse al globo por una guerra comercial entre las dos principales potencias. Sin contar sordos enfrentamientos regionales en Levante, el Sur del Mar de China y en la Península de Corea.

Un simple dato estadístico nos dice que una cincuentena de países estamparon su firma en el tratado que dio origen a las Naciones Unidas, la organización diseñada para administrar la globalización. Hoy son dos centenares las unidades nacionales con las que debe lidiar el organismo. Como vemos asistimos a una progresiva fragmentación que acrecienta, no las posibilidades de un gobierno mundial, sino su anarquía. 

Ello nos lleva a concluir lo que veníamos diciendo desde hace tiempo, que se está librando una lucha, ya no tan sorda entre los partidarios de la globalización con aquellos que prefieren la fragmentación.

La aceptación, en marzo de 1991, por parte del premier soviético Gorbachov de la decisión norteamericana de expulsar a Saddam Hussein de Kuwait constituyó para el diario The New York Times el hito inicial para el establecimiento de lo que se caracterizó como un “nuevo orden mundial”. 

Recientemente, la exposición de Vladimir Putin –el sucesor de Gorbachov– de la puesta a punto de un sistema de armas estratégicas que pone término a la superioridad absoluta de los EE.UU. cambió radicalmente esa tendencia.
En forma paralela y simultánea, el Presidente de los EE.UU., Donald Trump, es quien denuncia prácticas comerciales peligrosas de su rival China. Pero, no lo hace desde estrictos cánones basados en el libre comercio. Argumenta que China le ha robado los secretos tecnológicos –especialmente militares– que le han permitido achicar la brecha entre ambos.

Todo ello sucede con una vieja Europa que es ‘pacíficamente’ invadida por millones de inmigrantes de origen musulmán. Los que a su vez encienden viejas recetas identitarias en territorios que ya conocieron a mediados del Siglo XX el auge extremo del nacionalismo, tales como: Italia, Austria o Alemania, sólo por mencionar a los principales.

Por su parte, el hemisferio Sur, en el cual vivimos nosotros, se ve sacudido por el ataque de una miríada de actores no estatales como el narcotráfico, la piratería, la trata de personas y el contrabando que arrinconan a un Estado cada vez menos presente y más bobo.

Podemos interrogarnos, luego de esta breve descripción: ¿qué es lo que puede esperarse? ¿Globalización o fragmentación? Seguramente, lo más probable es que ambas tendencias, –aunque se contrapongan– se agudicen. Eso sí a ritmos bien distintos en distintos lugares.

Por ejemplo, como lo cree el periodista Thomas Friedman, el mundo se hará cada día más plano (Flat World) con menos barreras y muros que puedan detener el avance de la penetración de los cada vez más potentes medios de comunicaciones e informáticos. 

Pero, también, se profundizarán las medidas comerciales tendientes a proteger las respectivas economías nacionales. A la par que los modos y la cultura occidental continuarán expandiéndose hasta los lugares más recónditos del globo. Pero estos indicios no deberán confundirnos respecto de las profundas fracturas constituidas por las distintas líneas tectónicas de fragmentación, sean estas étnicas, religiosas, políticas o simplemente delictivas, que tenderán a agudizarse hasta llegar a niveles de una guerra civil molecular. 

Por ejemplo, todos los terroristas del atentado del 11 de septiembre vivían bajo la usanza de normas occidentales, comían en Mac Donald, usaban jeans, escuchaban R&R, etcétera. En pocas palabras: estaban culturalmente globalizados. Sin embargo, ello no impidió que dieran sus vidas, y tomaran las de varios miles, para vivir en un formato de sociedad que se remite al siglo VI de nuestra era. 

Probablemente, el concepto de Samuel Huntington de que existirá no una, sino muchas globalizaciones, sea el más acertado. Con un mundo que externamente será cada vez más homogéneo; pero con líneas de fractura interna cada vez más marcadas.