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Las armas no son las que matan

19 de febrero, 2018 - 13:11

A propósito de la idea instalada por el progresismo de lo políticamente correcto respecto de que la posesión de armas es la causa principal de los asesinatos en masa o de cualquier otra muerte en la que ellas son empleadas, me permito hacer algunas reflexiones.

La primera, es que considero que el derecho a poseer un arma y a usarla en nuestra defensa, en la de nuestros dependientes y en la de nuestro patrimonio es un derecho individual inalienable.

La segunda, es que es falso el hecho de que restringir el acceso a las armas, como única medida, impida que las mismas caigan en las manos equivocadas. Como lo prueban los recientes atentados terroristas en Francia y en Bélgica, ambos países con leyes muy restrictivas respecto de la tenencia de armas.

¿Pero, qué son las armas en realidad?

Como tales, las armas, han sido siempre consideradas una herramienta. Aunque probablemente sean algo más que eso.

Las hay muy sencillas, como sería el caso de un palo afilado, hasta muy complejas como un misil inteligente. De hecho, se sabe que un agresor armado con un cuchillo es mucho más rápido y letal que otro armado con una pistola a corta distancia. Algo que los expertos deberían tener en cuenta, por ejemplo, en el publicitado "caso Chocobar".

Aún en un sentido más amplio, hasta las cosas intangibles, pueden ser usadas como armas. Como sería el caso de un ataque cibernético que pusiera fuera de servicio, por ejemplo, a un sistema de distribución eléctrica, dejando a una ciudad entera a oscuras.

Pero no pueden ser consideradas solo como un instrumento para ejercer la violencia, pues muchas veces ha sido objeto de embellecimiento y de cariño por parte de sus poseedores.

Pensemos, por ejemplo, en el querido sable corvo de nuestro General José de San Martín. Un arma que él adquiere en Londres para su uso personal. Una que también le serviría de modelo para equipar a sus granaderos a caballo. Ya que su hoja ancha, pesada y con filo la hacía ideal para el sableo durante las cargas.

Pero su interesante historia no termina allí, pues, al margen de haber acompañado a San Martín en todas sus campañas, sabemos que el prócer se la legó en su testamento al entonces gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas.

Tal como se lee en la cláusula 3ª de su testamento: "… El sable que me ha acompañado en toda la guerra de la Independencia de la América del Sur le será entregado al General de la República Argentina, Don Juan Manuel de Rosas, como una prueba de la satisfacción que como argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que intentaban de humillarla".

Estos hechos palpablemente muestran que las armas no solo son herramientas. Son, también, símbolos de prestigio y de poder.

Aunque, más concretamente no se puede negar que su finalidad principal es la ser un instrumento para el uso de la fuerza, como tales, las armas son una herramienta pensada para la agresión. Útiles tanto para la caza como para la defensa propia, ya que pueden ser tanto empleadas contra animales como contra seres humanos. Potencialmente, contra estos últimos, también, pueden ser exhibidas en forma intimidatoria y disuasiva, sin la necesidad de llegar a su uso efectivo.

Por todo lo expresado, la distinción necesaria sobre su inherente bondad o maldad no está en el arma per se, sino en quien las porta y en la finalidad con la cual se lo haga. Ya que la fuerza que ellas proporcionan puede ser empleada, tanto en forma legítima como ilegítima.

No es lo mismo un arma desenfundada por un funcionario policial para el cumplimiento de su misión, o por un particular para ejercer el derecho a su legítima defensa, que una empuñada por un delincuente para cometer un delito. Tengámoslo claro.